¿Qué hacer ante la crisis del sistema?

Manuel José Álvarez Didyme

Flaco favor le haríamos a la opinión y al país en general, cuando, frente al grave deterioro de todas y cada una de las ramas del poder público, -solo comparable a la de la estructura del edificio Space en Medellín, como se evidencia-, guardáramos silencio, o con indiferencia digna de mejor causa diéramos la espalda al fenómeno, como si nos fuera ajeno y no terminara por afectarnos a todos, así lo sea a cada uno en grado diverso.

Las muchas circunstancias negativas que se viven hoy al interior de las instituciones, son prueba evidente de los graves problemas larvados por largos periodos, que si bien no emergieron antes, fue por culpa de una pacata actitud, que confundida con prudencia, impidió que la opinión pública produjera la oportuna catarsis que toda sociedad requiere para corregir a tiempo su extraviado rumbo.

“Es la crisis del sistema” que hizo eclosión tal como premonitoriamente Álvaro Gómez Hurtado denunció que estaba por ocurrir, antes de ser asesinado y que continúa tardando más de lo debido en desvelarse totalmente, pero que lo hace parcialmente en un legislativo, permeado, -apenas si con algunas poquísimas excepciones-, en la izquierda, la derecha y el centro, por la corrupción que se expresa en una pluralidad de “dañados y punibles ayuntamientos”; una justicia lenta, ineficiente y no ajena del todo al atractivo del fácil enriquecimiento como se ha visto esta semana en lo que los medios han dado en llamar “el cartel de los jueces”, y un ejecutivo titubeante y errático, obnubilado por el afán de alcanzar algún acuerdo con los violentos para apuntalar su reelección, sin importar el precio.

Todo un turbión que nos apabulla, del que no se salvan ni los jerarcas de la FARC, que extraviados definitivamente de su caduca ideología comunista, se convirtieron en terroristas puros y, por el atractivo del dinero fácil, en “cartel” de cultivo, producción y exportación de marihuana y coca.

Encontrándonos inmersos en medio de una grave “crisis general” que a todos afecta y de la que nadie, por mucho que quiera, puede sustraerse, la cual, si se enfrenta viéndola -como lo harían los orientales en su sabiduría-, constituiría la gran oportunidad para buscar y encontrar la solución radical a tan complejo y oscuro panorama; la gran opción para encontrar el perdido rumbo.

Con soluciones que impondrían drásticas reformas institucionales, duélanle a quien le doliere, que tendrían que pasan por unos severos estatutos para los partidos políticos de los que se debe erradicar y para siempre a los indeseables, mediocres y corruptos; por un cambio total en la justicia que le devuelva su perdida eficacia y su mancillada dignidad, y en la búsqueda del imperio del mérito en el ejecutivo, por sobre los padrinazgos, compadrazgos y sobretodo de “la mermelada”.

Que conduzca de veras a “la reconstrucción moral del país”, la misma que un día demandó Darío Echandía, aquel faro y guía ético tolimense, cuya falta tanto se siente hoy ante el descuadernamiento del paisaje político colombiano. Contando para ello con la participación abierta, continua y desembozada de todos los estamentos de la sociedad.

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