¿Qué pasó con “el Verde” en Ibagué?

Manuel José Álvarez Didyme

Pese a los varios escritos que en tal sentido y sin éxito alguno hemos publicado durante los ya no pocos años que llevamos pergeñando algunas columnas en este y otros medios regionales, y que, como fácilmente cualquiera puede advertirlo, han caído en el vacío de la indiferencia general, no cejamos de aspirar a que la perseverancia y la “intensidad” puedan terminar algún día, por dar frutos al encontrar el burgomaestre adecuado, el grupo de conciudadanos, o la entidad que, opte por aceptarlas y llevar a cabo una decidida acción al respecto.

Me refiero al injusto daño que por lustros se le ha causado de manera reiterada y sin pausa al entorno montañoso que ciñe la ciudad en su área urbana, sin que se tome medida alguna para su preservación y reposición, así como al deplorable estado en que se mantiene la vegetación en los escasos parques o en las pocas avenidas que la poseen, o en los contados barrios, en donde perviven algunas zonas verdes en deplorable estado, por efecto del poco aprecio que, al parecer, sienten, los habitantes de esta musical ciudad por su medio ambiente.

Lo que ha convertido a Ibagué, después de haber sido “una ciudad verde”, pluviosa y de clima medio, propicio para las flores, las aves y la exuberante vegetación, -como lo reseñó en su época el naturalista e investigador alemán Alejandro Von Humboldt y lo ilustran algunas imágenes de “tiempos pasados que se fueron”-, en una urbe calurosa y seca en la que comienzan a mermarse, y ya de manera harto perceptible, sus otrora numerosas fuentes de agua, incluyendo “la huidiza imagen de nuestra vida”, al decir de Borges: nuestro padre río, el Combeima.

Claro que cuando de ilustrar guías turísticas, escenarios alusivos y hasta de las festivas carrozas del folclor se trata, ahí sí se recurre a la naturaleza como primer símbolo de identidad, sobre todo al nevado, cada vez más ralo y desprovisto de nieve, o al renaciente mango que renace gracias a la mano pródiga del exministro Roberto Mejía Caycedo y que con esfuerzo digno de mejor causa intenta pervivir frente al palacio de gobierno departamental, o a los carboneros, cámbulos y ocobos florecidos, destacándolos como lo más notable de Ibagué, igual a como lo hacen Tokio y Washington con sus cerezos en flor.

A fin de que quienes no han tenido oportunidad de llegar aún hasta esta capital, crean que a su arribo van a quedar extasiados con la visión de una urbe circundada de montañas de abigarrado bosque, con flores multicolores y bellas siluetas de árboles en sus calles y parques y por tanto plena de fauna, con lo que se trata de vender la irreal figura de que los habitantes de este solar somos amantes de la naturaleza y la cuidamos con curia, cuando lo cierto es que por doquier agoniza o muere víctima de aquellos que la ven como un elemento que estorba y molesta, al punto que hasta los antejardines han sido “primorosamente encementados”.

Y, mientras tal cosa sucede, nadie hace nada para evitar tan desoladora situación: ni usted, ni la Corporación Autónoma Regional, ni los ecologistas, ni los estudiantes actuales o egresados de las facultades de ingeniería agronómica y forestal de la Universidad del Tolima, ni la Oficina de Parques y Zonas Verdes, ni la comunidad o el concejo municipal como su vocero institucional.

¿O cuántos planes de reforestación se han adelantado de manera técnica y calculada entre nosotros ?

¿Y cuan poco dice el POT al respecto?

¿Y los candidatos al solio de Juán Bretón, que dirán de ello?

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