Un “improvidente día” sin carro y sin moto

Manuel José Álvarez Didyme

Como es sabido, el sustantivo “improvidente”, si bien arcaico, significa “carencia de prevención u orientación o falto de previsión o medida”, cayendo como anillo al dedo para definir la torpe medida adoptada por la Administración municipal el pasado miércoles, de decretar “un día sin carro y sin moto”, sin evaluar serenamente lo que los economistas llaman “costo-beneficio”, antes de imponerla a rajatabla a los habitantes de esta empobrecida capital.

Porque de haber sido previa y cuidadosamente estudiada, tan inoportuna determinación ha debido ser suspendida, dado el gran cúmulo de observaciones, reclamos y protestas que los ciudadanos formularon contra ella en el pasado y sus consecuencias negativas en el actual momento, antes de que se generara daño alguno y se tuviera noción de los efectos que iba a producir en nuestra menguada economía, como de seguro los produjo, y el normal discurrir de esta pauperizada ciudad, y a quiénes afectaría y en qué proporción.

Pero no, y de nuevo los Ibaguereños nos vimos sometidos a tener que padecerla, gracias a que los funcionarios públicos de la actual Administración, en su arrogancia, no estudian suficientemente antes de decidir, o sea previo a tomar sus determinaciones, a fin de verificar si con ellas se va a conseguir un beneficio para sus gobernados, o abstenerse de realizarlas en caso contrario.

Y es que no se puede seguir copiando algo, solo en razón de que ya fue hecho en otras latitudes con relativo éxito, para experimentarlo acá sin haber llevado a cabo y de manera previa la estimación de sus eventuales consecuencias, antes que se generen, para saber si se adopta o no y qué efectos podría llegar a tener sobre nuestra resquebrajada circunstancia socio-económica y el normal discurrir de la ciudad; a quienes y a cuantos golpearía y en qué medida, ya que “el palo no está para cucharas” como se suele decir popularmente.

Pues con una tasa de desempleo de dos dígitos, que no cede; con una industria arrocera en plena crisis; las regalías petroleras afectadas por la Nación y el conflicto externo; la actividad delincuencial desbordada, el Eln y las Farc retornando con su violento actuar a la región, el narcotráfico en auge y un turismo que casi no llega, parar la actividad de una ciudad, no pasa de ser imprudente e improvidente medida, como ya atrás se calificó.

Tanto que los dueños de carros particulares y motos, las amas de casa y hasta los generalmente apáticos, con la excepción de la silente Cámara de Comercio, todos a una como en “Fuenteovejuna”, están protestando en privado y continúan haciéndolo “sotto voce” y en pequeños corrillos, contra tan inoportuna determinación.

Lo que nos lleva a pensar cómo, mientras otras urbes encaran con seriedad y sí trabajan en la radical solución de sus problemas y desempleo, Ibagué poco o nada hace al respecto, dando una muestra de imperdonable indolencia frente al deplorable panorama de atraso que presenta.

Porque el tiempo discurre de prisa y la ciudad continúa con un centro tradicional feo, ruidoso, desordenado y caótico donde se sigue concentrando la mayor parte de su actividad institucional y económica, plazas de mercado incluidas; con pocas vías de acceso y salida deterioradas, por demás congestionadas por cientos de taxis y motos a más de gran cantidad de buses desocupados disputándose los mismos pasajeros en una irracional “guerra del centavo”, sin norma ni autoridad alguna que la controle.

Olvidando de cara a tan inminente y grave circunstancia y urgidos de solución, que para ello se requiere otear el horizonte, buscando proyectos ambiciosos y de más amplio espectro que los hasta ahora concebidos, como el que durante años se ha reiterado, de un tren urbano y de lejanías o metro de superficie como el que se plantea en Bogotá, aprovechando lo que queda de la antigua vía del ferrocarril que recorría la ciudad de norte a occidente y al sur con una estación central que coincide hoy con la terminal de transporte y que a más de ello nos integraría eficientemente y a bajo costo con zonas tan próximas y de alta productividad agroindustrial como el barrio especial de El Salado, Alvarado, Venadillo, Picaleña y Buenos Aires, esta última en donde se planeó e intentó un complejo industrial y una central de carga; la agónica Gualanday pese a su atractivo turístico; Chicoral y Espinal necesitados de fusión, y Flandes donde se construyó y amplió el aeropuerto “Santiago Vila” como alterno de “El Dorado” de Bogotá, e incluso Girardot, consolidando una sólida región con proyección económica futura y de alta competitividad.

Las opciones de comercio, industria y turismo y por supuesto de empleo que de allí surgirían, a no dudarlo, sí serían de innegable importancia para nuestra escaecida economía.

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