Postelección

Manuel José Álvarez Didyme

Un somero análisis del proceso electoral que acaba de sucederse, permite corroborar lo que tanto se ha venido diciendo de nuestro país: que en él coexisten los más diversos grados de desarmonía social, lo cual se traduce en la imposibilidad de diseñar y tratar de implementar un proyecto futuro de Estado en el que se dé la comprometida participación de toda la comunidad sin excepciones.

Para ello basta mirar cómo, mientras algunas regiones y una amplia porción de la ciudadanía ha superado ya el apasionado discurso de la modernidad, al cual pertenecen los partidos tradicionales, y entendido las transformaciones que el país requiere para su inserción en el globalizado mundo de hoy, otras continúan ancladas en el pasado respondiendo a caducos esquemas políticos que impiden el cambio que el sistema demanda, sin que falte un nutrido número de colombianos que aupados por acuciantes necesidades prefieren actuar conforme a la dádiva o a las prebendas corruptoras, o a fanáticas convocatorias más propias de la pre-modernidad medieval, que del siglo XXI.

¿Y así cómo construir sólidamente un país, en paz y armonía?

Porque para cimentar una verdadera democracia se requiere contar con las verdaderas mayorías que sepan escrutar las calidades de los candidatos y sus programas de cara a la función que van a desempeñar.

Evitando que resulten derrotadas en las urnas personas que en mucho podrían haber contribuido al positivo cambio –como de hecho ocurrió hoy entre nosotros-, y aborten importantes decisiones administrativas para ser sustituidas por populistas determinaciones que comprometen los escasos recursos y los menguados presupuestos en obras suntuarias, inútiles o no prioritarias, como aquellos puentes construidos “... donde no hay ríos”, a que alude el bambuco denuncia de Pedro J. Ramos, o las desoladas “ciclorrutas” que nos deja Guillermo Alfonso como herencia.

¡Y de verdadera infraestructura útil, pocón, pocón o casi nada!

Y se promete empleo y crecimiento económico cuando se sabe que no hay energía; y ensanche urbano sin agua, y desarrollo turístico sin comunicaciones ni atractivo alguno, y educación sin capacitación de los maestros y ampliación de la frontera agrícola sin seguridad y cadenas de productividad sin capital productivo, etc., etc.

Ante el grave desorden urbano que presenta la inmensa mayoría de los municipios de Colombia, se pregunta el elector medio, ¿si los nuevos alcaldes tendrán clara conciencia de que el cargo que buscaron lleva anejo el gobierno de la entidad fundamental de la división político-administrativa del Estado, y que su responsabilidad es total en la procura y obtención del progreso local, el ordenamiento de su territorio, la promoción de la participación comunitaria, la reducción del desempleo y el logro del mejoramiento social y cultural de sus habitantes, entre muchas otra tareas en su respectiva jurisdicción, tal como lo prescribe nuestra Constitución Política?

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