En tiempos de desempleo, se menosprecia la artesanía en el Tolima

Manuel José Álvarez Didyme

La menguada visión de nuestra dirigencia, acompañada de una prosaica consideración monetaria, según la cual toda actividad productiva debe ser sustentable, cuando no rentable de forma casi inmediata a lo invertido en ella, como se recordará, llevó hace varios lustros a tomar una equivocada medida: el cierre de la Escuela de Arte de la Universidad del Tolima, echando por la borda un historial de eficientes realizaciones y éxitos, en cuanto a la formación de talento tolimense en esas disciplinas.

El mismo razonamiento, que hoy, –años más tarde-, tiene huérfanos de recursos suficientes, bien sea de origen oficial y/o privado, a los artesanos de la región y “artífices de nuestras tradiciones”, para asistir a la vigésima novena feria de Expoartesanías 2019, la feria más importante en su género en Latinoamérica y la principal plataforma de negocios para el sector artesanal, incluidos en ella a aquellos que por más de trescientos años han elaborado el barro hasta convertirlo, “gracias a su magia” en piezas que son reflejo y expresión de la historia y la cultura de una importante región tolimense: los artesanos del “Centro Artesanal de La Chamba”.

Ese “centro” creado por Artesanías de Colombia en el año de 1970 en el Suroriente de Guamo, a solo 10 kilómetros del casco urbano de aquel municipio y convertido hoy en una de las instituciones cerámicas más reconocidas del país, nombre ganado en el ámbito nacional e internacional, en el que a la fecha labora más del 85% de la población de aquella vereda local, principalmente mujeres, representados en mas de 1.300 artesanos que por más de trescientos años han trabajado el barro hasta convertirlo en piezas que son reflejo y expresión de la historia y la cultura de esta región tolimense y que le dan vida a cazuelas, múcuras, ollas y demás objetos que llegan a los hogares colombianos y que por su historia e importancia son consideradas emblemáticas.

Esta “empresa” una de las pocas que hoy se desenvuelve a nivel local en una pequeña provincia, pervive apenas sí “de milagro”, por obra y gracia de su tradición alfarera “del engobe con barro rojo” y “del ahumado”, con técnicas casi extinguidas en el mundo, pero que allí ha ido pasando de generación en generación, luego que los españoles la adoptaran de los árabes y aquellos la trasmitieran a los nativos Poincos o Yaporogo de la cultura Pijao, los primeros pueblos que habitaron el valle del río Magdalena, llegando a servir hoy, como eficiente factor de atracción hacia ella de la atención de los amantes de lo artesanal.

Y es que las piezas que estos artesanos elaboran, llevan guardado el ingenio y la inspiración mágica de gentes que día tras día se esfuerzan por mostrar lo mejor de sí y por decirle al mundo que su cerámica es un objeto único y tradicional que representa a una tierra que se construye con el barro y se enorgullece de su talento.

E igual pasa con otros productos artesanales, y padecen otros de nuestros artesanos de menor renombre que los de La Chamba, pero igual de talentosos y laboriosos, merecedores por tanto de estímulo y apoyo, máxime en tiempos de desempleo y de la Cultura naranja que tanto promociona el actual Gobierno Nacional en busca del anhelado desarrollo.

Esos dineros que se malgastan, -que no invierten-, debieran ir a apoyar y/o patrocinar prioritariamente la participación de nuestros artesanos, en procura de empleo para nuestras gentes y la promoción de nuestro talento.

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