La menguada visión de nuestra dirigencia, acompañada de una prosaica consideración monetaria, según la cual toda actividad productiva debe ser sustentable, cuando no rentable de forma casi inmediata a lo invertido en ella, como se recordará, llevó hace varios lustros a tomar una equivocada medida: el cierre de la Escuela de Arte de la Universidad del Tolima, echando por la borda un historial de eficientes realizaciones y éxitos, en cuanto a la formación de talento tolimense en esas disciplinas.
El mismo razonamiento, que hoy, –años más tarde-, tiene huérfanos de recursos suficientes, bien sea de origen oficial y/o privado, a los artesanos de la región y “artífices de nuestras tradiciones”, para asistir a la vigésima novena feria de Expoartesanías 2019, la feria más importante en su género en Latinoamérica y la principal plataforma de negocios para el sector artesanal, incluidos en ella a aquellos que por más de trescientos años han elaborado el barro hasta convertirlo, “gracias a su magia” en piezas que son reflejo y expresión de la historia y la cultura de una importante región tolimense: los artesanos del “Centro Artesanal de La Chamba”.
Ese “centro” creado por Artesanías de Colombia en el año de 1970 en el Suroriente de Guamo, a solo 10 kilómetros del casco urbano de aquel municipio y convertido hoy en una de las instituciones cerámicas más reconocidas del país, nombre ganado en el ámbito nacional e internacional, en el que a la fecha labora más del 85% de la población de aquella vereda local, principalmente mujeres, representados en mas de 1.300 artesanos que por más de trescientos años han trabajado el barro hasta convertirlo en piezas que son reflejo y expresión de la historia y la cultura de esta región tolimense y que le dan vida a cazuelas, múcuras, ollas y demás objetos que llegan a los hogares colombianos y que por su historia e importancia son consideradas emblemáticas.
Esta “empresa” una de las pocas que hoy se desenvuelve a nivel local en una pequeña provincia, pervive apenas sí “de milagro”, por obra y gracia de su tradición alfarera “del engobe con barro rojo” y “del ahumado”, con técnicas casi extinguidas en el mundo, pero que allí ha ido pasando de generación en generación, luego que los españoles la adoptaran de los árabes y aquellos la trasmitieran a los nativos Poincos o Yaporogo de la cultura Pijao, los primeros pueblos que habitaron el valle del río Magdalena, llegando a servir hoy, como eficiente factor de atracción hacia ella de la atención de los amantes de lo artesanal.
Y es que las piezas que estos artesanos elaboran, llevan guardado el ingenio y la inspiración mágica de gentes que día tras día se esfuerzan por mostrar lo mejor de sí y por decirle al mundo que su cerámica es un objeto único y tradicional que representa a una tierra que se construye con el barro y se enorgullece de su talento.
E igual pasa con otros productos artesanales, y padecen otros de nuestros artesanos de menor renombre que los de La Chamba, pero igual de talentosos y laboriosos, merecedores por tanto de estímulo y apoyo, máxime en tiempos de desempleo y de la Cultura naranja que tanto promociona el actual Gobierno Nacional en busca del anhelado desarrollo.
Esos dineros que se malgastan, -que no invierten-, debieran ir a apoyar y/o patrocinar prioritariamente la participación de nuestros artesanos, en procura de empleo para nuestras gentes y la promoción de nuestro talento.
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