Resultado de una jornada

Manuel José Álvarez Didyme

¿Que estarán pensando ahora el presidente Iván Duque y su vice Martha Lucía Ramírez, luego de verificar la masiva expresión de insatisfacción con el actual diseño del país, escenificada en casi todas las ciudades capitales el pasado día jueves de la semana que hoy culmina?

Y es que, ponerse en sintonía ahora con el variopinto querer de los colombianos, luego que mostraron su aspiración de forma tan tumultuosa a un claro progreso, pero en paz y en orden, resulta harto dificultoso, si se advierten la pluralidad de razones que se escucharon como motivadoras de la protesta que llevó a esa inmensa masa a salir a pesar de las adversas condiciones climatológicas y al riesgo que siempre presenta el incorporarse a una vociferante expresión popular, dadas las muchas advertencias hechas a través de los medios, sobre la presencia activa en ella de individuos interesados en sembrar el desorden y la anarquía.

Así que luego de analizar con detenida minucia, hallar un factor de identidad en aquella “anamórfica masa”, distinto al desánimo que afecta a sus integrantes, nacido de la falta de fe en las instituciones y la poca credibilidad que en ella genera la actual clase dirigente, su falta de orientación política, el programa de gobierno y la manera como se están encarando los problemas desde su correspondiente nicho ideológico, es, si se quiere, un afortunado hallazgo.

Porque una insatisfacción y un desánimo tan generalizado, nacido de las circunstancias socio-económicas del país, deben llevarnos a concluir que las cifras que con optimismo se nos vienen mostrando, no coinciden con los sentimientos de desigualdad, atraso, y pobreza que afectan a la mayoría de la población, nacidos del desempleo la inequidad y el panorama poco claro que se avizora en el próximo futuro.

Algo parecido a lo sucedido en Chile, en donde la economía iba por un camino, –al parecer próspero-, pero sin que sus gobernantes se percataran que la población iba por otra vía, en la cual su frustración crecía y se incrementaba con desmesura, hasta llegar a hacer la eclosión que hoy todos lamentan.

Claro que lo que más impresionó, de todo lo acecido en la jornada, fue su colofón: el armónico “cacerolazo” que retumbó por los más variados lados y en todas las ciudades del país en las que se adelantó el paro, con el claro significado semiológico que desde su origen se le ha dado a éste una vez hizo presencia en las demostraciones públicas: rechazo a la conducción económica por parte del gobierno; escasez, falta de poder adquisitivo del dinero, e inequitativa repartición del ingreso.

En suma, crisis económica e institucional.

El remedio: “diálogo efectivo con la opinión”, que es lo recomendado para alcanzar todo “acuerdo colectivo sobre lo fundamental”, como lo sugirió en su momento al país nacional, el fallecido líder, Álvaro Gómez Hurtado.

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