La muerte de un irreemplazable amigo

Manuel José Álvarez Didyme

El inatajable paso del tiempo nos va privando de las gentes valiosas, que si bien no habitaban físicamente el terruño, tanta falta nos han de hacer espiritualmente en el futuro, pues de forma lenta y gradual, casi que de una imperceptible forma, la muerte se las está llevando, como pasando las hojas de un calendario en uso.

Para nuestro infortunio, son aquellos seres con los que en estrecha comunión disfrutamos o padecimos, los muchos momentos, -difíciles algunos, gratos los más-, que nos brindó el discurrir de la vida en nuestra musical ciudad, recordándonos de forma brusca, un aparte del poema del gran Borges de América:

“…que el muerto no es un muerto: …es la muerte que llega…”.

Esa indeseada muerte de la que no escapó este gran amigo, privándonos de un ser humano que contribuyó con excelencia al buen suceso vital de nuestro departamento, de ésta su capital y de sus gentes.

Como que Yezid Castaño González, próximo por muchas razones a nuestros afectos, siempre estuvo vinculado en una forma u otra a la región, la que ornó con su inteligencia, rectitud y buen consejo, como ilustrado miembro de la Asociación para el Desarrollo del Tolima, cuya honorabilidad y pulcritud contrastan con la perdida honradez y la mezquindad de la hora de ahora.

Un excepcional valor para el terruño y atildada cifra de nuestra comunidad, de aquellas que “hacen camino en su andar”; una sensible y gran pérdida para una tierra que a diario ve con angustia cómo se va sucediendo la mengua de sus valores, pues con su muerte se tiene la evidencia de la merma de una gran porción del irrepetible pasado de esta “…tierra buena, solar abierto al mundo” que llamara el maestro Bonilla, sin que nada podamos hacer para evitarlo, en idéntica sensación a la que experimentamos cuando vemos caer bajo la piqueta del progreso las añosas edificaciones que alguna vez engalanaron nuestra urbe, constituidas en razón de vanidosa identidad o los árboles del frondoso bosque que nos brindó generoso cobijo y sombrío.

Desde cuando nos conocimos, en nuestra primera infancia, por allá en el viejo colegio Cooperativo, en el aún vigente barrio Interlaken o en los primeros vestigios de lo que hoy es el moderno Club Campestre, quedó sellada una incancelable amistad, que no fue otra cosa que la prolongación de la de sus padres Carlos y Susanita, prototipo de gentes sencillas, afectuosas y buenas, “…en el mejor sentido de cada una de esas palabras”, con mis padres, la que ratificó Yezid con largueza a lo largo de su fructífera vida.

Fortunosamente en vida, el terruño le reconoció sus méritos y lo exaltó en cuanto ciudadano, y excelso coterráneo llevándolo a la Gobernación del Tolima, como cabeza de un ejemplar gobierno en el que tuve el honor de colaborar como su Secretario de Hacienda.

Mucho entristece que gente de estas calidades, nos vaya dejando pues el implacable paso del tiempo, se va llevando las cifras humanas que le dieron orgullo y prestancia a la región.

Junto a los míos y a aquellos que fuimos cercanos en el afecto al desenvolvimiento del exitoso periplo vital de Yezid y testigos de su afecto por ésta su tierra, y que hoy percibimos en toda su magnitud la gran pérdida que conlleva su muerte para el Tolima, les estamos enviando un solidario abrazo a su hermana Luz Ángela, a su esposa Lucía y a sus hijos Daniel y Juliana y a los hijos de éstos.

Comentarios