¿Qué le falta a Ibagué para ser una verdadera ciudad?

Manuel José Álvarez Didyme

La extensión territorial que su urbanización ha ido copando y el creciente número de los habitantes que la ha venido ocupando, en apariencia constituirían razones de peso más que suficientes para poderle dar a esta capital el calificativo de ciudad.

Sin embargo pensamos que para poder ser merecida acreedora a tal título, a Ibagué le falta que su nivel de desarrollo sea realmente compatible con el tamaño del espacio físico que ocupa y el de su población y que simultáneamente con su crecimiento físico y su expansión, se encuentre dotada de los elementos propios de toda comunidad urbana de normal desenvolvimiento.

Solo así podría seguirse estimando como una más entre aquel grupo que en el pasado le dieron a Colombia el calificativo de “país de ciudades”, ya que hoy carece, entre muchas otras cosas, de un servicio público de alcantarillado pleno; un suministro de agua aceptable, en términos de continuidad, cobertura y adecuada tarifa; una energía estable y de razonable costo; un aeropuerto realmente funcional, con mayor número de frecuencias y bien dotado tecnológicamente; un servicio de transporte colectivo y un tránsito urbano, ordenados y eficientes; calles y sobretodo andenes bien diseñados y en buen estado; arborización y ornato racionalmente dispuesto y con apropiados mantenimiento, aseo y limpieza, y educación generalizada, pero por sobretodo, de buena calidad en sus varios niveles; seguridad policial proactiva y de real cobertura; un sistema de salud confiable; al menos un parque tecnológico que involucre a las universidades y a la reducida industria local; un museo que sea referente de nuestra cultura; plazas de mercado bien ubicadas, bien dotadas, ordenadas, que no yugulen el desarrollo urbano y racionalmente administradas; escenarios múltiples así como sitios abiertos al público para una buena oferta cultural, con presentación permanente de espectáculos de calidad, y obviamente con muchos eventos musicales, como su identidad ante el país lo demanda y la promoción de “la economía naranja” lo requiere.

Porque los ibaguereños, por años hemos venido dilapidado esfuerzos y recursos y por consiguiente desgastándonos, en inanes disputas politiqueras, eligiendo autoridades municipales, líderes políticos y rectores de los servicios públicos, o ineptos, o corruptos o de mediocre formación; distribuyendo el espacio irracionalmente y con equivocados criterios por parte de las autoridades de planeación, ante la carencia de un buen Plan de Ordenamiento Territorial; mirando displicentemente la importante región que debiéramos estar liderando y fungiendo como eje integrador; siendo condescendientes en grado superlativo con las empresas de transporte público dados los servicios que estas suministran a las campañas en tiempo de elecciones, y malgastando los recursos de inversión en pequeñas obras superfluas, como las desoladas ciclovías, mientras se deja de hacer lo esencial.    

Ante ello, obviamente hoy y de cara al futuro, seguimos sin la infraestructura mínima adecuada para aspirar a atraer inversión foránea, sin estrategia económica alguna que nos marque un norte en tal sentido, ni proyecto cultural o turístico coherente y factible que posibilite su inserción en la era de cambio y desarrollo que comienza a vivir el país.

De tal dimensión es el estado de carencia y postración al que hemos llegado, al punto de que podríamos simplificar su diagnóstico, diciendo que a Ibagué le está faltando todo lo que una ciudad requiere para merecer verdaderamente tal calificativo.

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