¿Sí seremos tan corruptos, como nos están calificando?

Manuel José Álvarez Didyme

¿O podremos seguir pensando que la corrupción está encarnada en los pequeños grupos que se suelen reseñar, incurriendo en la tremenda equivocación de aquellos que con dificultad apenas sí perciben parcialmente la “real realidad”, sin percatarse que en ella se evidencian las muchas circunstancias de este fenómeno que, al mirarlas en su conjunto, aterran por su dimensión y significado?

O acaso, ¿habrá alguien en el país que no se haya dado cuenta, que desde hace ya mucho rato “nos tapó la ramazón”?, como hoy, si viviera, lo hubiera sentenciado nuestro tradicional filósofo raizal, después de conversar con sus vecinos, oír los noticieros de la radio y la televisión, leer los diarios y verificar la metástasis que la corrupción ha hecho en nuestro cuerpo social, al punto de convertirlo en uno de los países más corruptos del orbe, como nos lo vienen espetando desde el exterior las estadísticas criminológicas.

Porque basta mirar lo ocurrido en las regiones con los recursos del Programa de Alimentación Escolar y con su manejo por los entes territoriales encargados de contratarlos y administrarlos; y un “ligero paneo” sobre Tarazá (Antioquia), el Tambo (Cauca), Barbacoas, el Charco, Almaguer y Ricaurte (Nariño) o el Tibú (Norte de Santander), para observar el océano de plantas de coca que con inusitada eficiencia e indiferencia de la autoridad, se sembraron y se cultivan, y ni que hablar de su comercialización y consumo; o el secuestro y reclutamiento que continúan practicando esas pandillas de narcotraficantes disfrazadas de insurgencia de las Farc y el Eln, junto con las autodefensas Gaitanistas, en contra del DIH en los municipios más pobres del país; o el asesinato a diario de líderes sociales por doquier; o el consentido involucramiento de encapuchados en la llamada “protesta social” incurriendo en desaguisados sin fin con absoluta libertad de acción, o la reiterada evasión del pago del pasaje en el transporte masivo de los buses articulados del Transmilenio diariamente en Bogotá, replicada en Cartagena y Cali con la tolerancia o la complicidad de la comunidad; o el llamado “Cartel de la Toga” que salpicó de oprobio a una Justicia que pese a ello, se mantiene impertérrita; o el abarrotamiento de las cárceles y centros de reclusión hasta la saturación, e innúmeros ejemplos más, que serían de nunca acabar, hasta concluir por advertir que lo dañado no es “algo aislado” sino la casi totalidad del país.

Con algo más grave aún, pues los aparatos de investigación y sanción del Estado, en su conjunto, poco o nada actúan contra el delito y la corrupción, contribuyendo al incremento de este estado de cosas.

Y es que se han alterado de manera tan negativa las costumbres y los valores, en Colombia, al punto que hoy se puede hablar de una “nueva cultura” en la que hay mucha preocupación científica y técnica, muchos computadores y formación informática, pero poco o nada de principios éticos y morales, de esos que se enseñaban antes de ahora para inducir a las personas a ganarse el sustento honradamente, a acatar la autoridad y la ley, y a respetar la vida, la honra y los bienes ajenos.

Se han ido trastocando los valores, y alterado de manera tan negativa las costumbres en Colombia, que casi podemos decir que hasta la academia de esta hora de ahora, también cayó en esa “nueva cultura” en la que resulta aceptable el uso en provecho propio de los recursos del Estado y a prevalerse del poder que da el dinero para violar las normas y hacer lo que se sea, sin que importe pasar por encima del derecho del semejante.

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