La revolución de las pequeñas cosas

Manuel José Álvarez Didyme

Sin llegar al extremo de desconocer que la industria y el comercio en la región constituyen piezas esenciales para su desarrollo en cuanto la irrigación de riqueza que producen y el empleo que generan, sí podemos aseverar, sin duda alguna, que ellos, por si solos, no pueden ser identificados como los únicos factores a ser considerados, para determinar los niveles de progreso de una comunidad.
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Así que a la par con ellos deben analizarse otros elementos, -bien materiales, bien espirituales-, de igual o similar importancia, que contribuyen a elevar la calidad de vida y el atractivo de una región, tales como el número de viviendas por habitante y las características de estas, los índices de escolaridad y la clase de enseñanza que ofrece; la cobertura de la atención en salud, el saneamiento básico ambiental, los servicios públicos de agua, luz y transporte; las vías, el deporte y la recreación; la seguridad de la población en términos de orden y tranquilidad ciudadanos, etc., etc.

En lo cual incide notablemente la atención que se le esté dando a las pequeñas cosas, como nos lo muestra lo hecho al efecto, no hace mucho en la India y en distinta escala en Bogotá y Barranquilla, -agregaría yo, con notorios efectos sobre el conjunto todo de la comunidad: la atención a los niños y los ancianos desvalidos, el cuidado de los andenes, el cuidado de parques, jardines y zonas verdes; el encierro de los perros y otros animales callejeros, la limpieza de muros, canales y ríos, amén de muchas otras cosas de similar connotación social.

Con lo cual se lograron superar muchas de las llamadas “causas objetivas de la degradación”, que inexorablemente conducen a la pérdida de la paz, el sosiego y la armonía colectivas.

Como viene sucediendo en Ibagué, ciudad que hasta no hace mucho se mostraba ante la faz del país como un oasis de tranquilidad en medio del violento turbión de calamidades que conmueve a Colombia por cuenta del desequilibrado desarrollo que nos hermana en las carencias, pero en el cual no se cuidan las pequeñas cosas.

Desde cuándo esta musical ciudad comenzó a hipertrofiarse y crecer con desmesura sin que esta correspondiera a un real desarrollo, llevándonos a un crítico estado de inestabilidad en el que comienza a aflorar la violencia en forma de tipos delincuenciales, hasta ahora exóticos para nosotros: como el narcotráfico, el asalto a clientes de entidades bancarias, a residencias, a desprevenidos transeúntes, la extorsión, el robo de motocicletas y de carros en movimiento, entre muchos otros.

Fruto de la inesperada irrupción del gran flujo migratorio, formado por el éxodo venezolano en busca de una nueva oportunidad sobre la tierra, luego por gentes atraídas por el narcotráfico y ahora por los grupos que aúpa la violencia narco-terrorista de diferentes lugares del país.

Situándonos al borde del caos y el desorden, pero aún a tiempo de evitarlo, si actuamos con decisión y criterio; si aunamos esfuerzos, claro, y realizamos una inmediata y eficaz cruzada por el restablecimiento de la ciudad liderados por sus autoridades.

MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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