La “viveza mercantil”, otro virus que nos aqueja

Manuel José Álvarez Didyme

Son tantos y tantos los casos que se vienen registrando en el país de abuso y manipulación del poder dominante en el mercado, a propósito de la aparición global y de forma extraordinaria del famoso “coronavirus” o covid-19,
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que ya una gran masa de comerciantes actuando sin recato, reserva moral, o sentimiento de culpa alguno, en un hecho sin precedente, trata de obtener el máximo beneficio con la explotación del semejante, aprovechándose que éste es hoy un indefenso y asustado consumidor, entrando ya casi en fase de pánico.

Y es tan grave la situación que ya hizo metástasis en algunos comercios tradicionales otrora reconocidos como virtuosos e incapaces de “tomar ventaja” de los incautos compradores cuando estos concurren a sus establecimientos confiados en la seriedad de su nombre, trastocando los valores y alterando de negativa manera la tradicional costumbre mercantil, al punto que casi se puede llegar a decir que estamos asistiendo al surgimiento de una “nueva cultura” en la que para ella resulta “aceptable” el aprovechamiento del temor a “la pandemia” en provecho propio.

En las más de las veces en la certeza que estos son comportamientos para nada censurables y por el contrario dignos de imitar por todo aquel que aspire a la excelencia expresada en utilidades y crecimiento empresarial.

Tal el caso presentado ante la excesiva demanda que se está dando en supermercados y droguerías, en razón de las recomendaciones de salud difundidas por autoridades como la OMS, la OPS y los Centros de Control de Enfermedades de los Estados Unidos, sobre la utilidad del uso de “tapabocas” y de productos desinfectantes o “antibacteriales”, que se llevó de calle la preceptiva del artículo 848 del Código de Comercio, en flagrante violación de una conducta que en el pasado hubiera merecido condigna censura por la alteración del precio indicado en vitrinas, mostradores y demás dependencias de aquellos establecimientos, en las mercaderías ofertadas al público, como viene siendo denunciado por los medios en la semana que culmina.

Porque es claro que estos comportamientos, lejos de dejar de causarnos extrañeza, deben pasar a producirnos repudio y conducirnos a censurar, denunciar y sobre todo a formar cauda y causa comunes en su contra, puesto que a todos nos afectan e involucran, pero de manera integral y decidida como fruto de la convicción que “la viveza”, el abuso y el fraude a la ley deben combatirse, provengan de donde vinieren y realícelos quien los realice, sin discriminaciones en su valoración.

A manera de difusión de un mensaje ético que busque erradicar de una vez por todas la llamada “ley del más vivo” convertida hoy en la apología de la astucia y la ilegalidad, persiguiendo el más eficaz de los reproches: “el social” que se expresa en el señalamiento y la discriminación que la comunidad debe hacer de quien así actúa.

Puede que no sea la totalidad de lo que se requiere contra estas nefandas prácticas, pero toda andadura requiere comenzar con unos primeros pasos.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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