¿Qué pasa con Ibagué?

“No es una bella ciudad nuestra Ibagué, como no son generalmente bellas las mujeres que despiertan las más hondas y tenaces devociones", decía Juan Lozano y Lozano por allá en los años de 1935, refiriéndose a nuestra capital, desde las páginas de la desaparecida Revista Arte.

Retornan las Festividades Folclóricas

Una vez más llegamos al sexto mes del año en que se celebra lo que los antiguos Celtas llamaban Alban Heruin o el Beltaine, o sea el instante en el que el “astro rey” se hallaba en su máximo esplendor; cuando más tiempo duraba en el cielo y mostraba su máximo poder a los hombres, mismo período en que empezaba a decrecer el llamado Solsticio de Invierno, todo ello, sin que hubiéramos debatido suficientemente sobre las festividades folclóricas, a fin de diseñar de una vez y para siempre el adecuado manejo que debe dárseles para evitar que, antes que motivo de desagrado y confrontación, se constituyan en factor de encuentro con el patrimonio cultural nativo y espacio propicio para el enriquecimiento espiritual de nuestro pueblo.

Aún es tiempo de recuperar el tono moral de Colombia

A medida que nos hemos ido escuchando el discurso de campaña del ingeniero Rodolfo Hernández, hemos ido entrando en sintonía con la voz de la conciencia colectiva, por su manera desenfadada, directa y sin tapujos de decir las cosas y opinar sobre todo aquello que viene afectando nuestro diario discurrir como nación.

De nuevo nos ataca la peste del olvido

La capacidad de memoria del pueblo colombiano es tan baja que el recuerdo de cualquier suceso, por trascendente que haya sido, dura hasta cuando un nuevo hecho relevante viene a reemplazarlo.

Ordenemos a Ibagué

No es la primera vez que nos referimos al tema y al parecer no será la última, ya que a lo largo del tiempo que llevamos martillando sobre el mismo en esta columna, no hemos tenido respuesta alguna de las autoridades encargadas de su atención, ni hemos visto acción alguna enderezada a darle solución.

¿Por qué y para qué votar?

De cara a toda elección, como la que está por sucederse en el día de hoy, vuelve la inefable aseveración que por años hemos escuchado: que las gentes de este tropical país, somos más pasionales que racionales al momento de tomar decisiones, lo cual se ejemplifica con el sinnúmero de desaciertos que la historia registra en la escogencia de quienes han orientado hasta hoy nuestro destino político, o cómo las invitaciones de carácter populista nos conmueven hasta conducirnos de manera fácil y equivocadamente a las urnas.

¡“Qué viene el lobo…, qué viene el lobo”!

Como es sabido, Esopo fue un gran fabulista de una inmensa popularidad, nacido en Grecia en fecha que la historia ubica por los siglos VII y VI a. de J.C. y que terminó convertido en personaje legendario y de recurrente evocación, al punto que, por tal razón, hoy se dificulta precisar algún dato de su biografía, tanto que hasta el sitio exacto de su nacimiento en aquella península sigue suscitado dudas, pues ha sido ubicado en los más diversos lugares según sea la fuente que lo cita, tales como Sardes, Samos, Mesambria en Tracia y Cotidea en Frigia, pese a lo cual todos coinciden sí, al decir que fue un esclavo liberto, que luego pasó a servir al rey Creso de Lidia.

¿Y de la justicia qué?

Lo que alguna vez escribiera el conocido sacerdote jesuita y miembro de la llamada “Comisión de Justicia y Paz” Javier Giraldo M., en un artículo intitulado “Lo que en Colombia se llama “Justicia”, activó las alarmas sobre algo que este país venía sintiendo entonces y continúa haciéndolo hoy: la impunidad y la ineficacia, constituyen las características más sobresalientes del aparato Jurisdiccional del Estado Colombiano, así sus resultados se midan bajo parámetros cuantitativos o según sus calidades.

Édgar Antonio Valderrama, una vida plena de fructíferas ejecutorias

Como alguna vez lo dijera acertadamente nuestro coterráneo, intelectual y poeta, Juan Lozano y Lozano, la calidad de una sociedad debe medirse por su gratitud y su memoria, sobre todo por esta última, puesto que nos auxilia, evitando, como en la peste que azotó al Macondo Garciamarquiano, que olvidemos el pasado o contribuyendo en oportunidad a que traigamos a tiempo presente aquellas ejecutorias varias que, por valiosas se hace menester recordarlas hasta convertirlas en obligados y fértiles ejemplos.

Hacia una auténtica “tolimensidad”

Los panópticos, construcciones cuya denominación proviene de los términos griegos, pan que quiere decir todo y opticón que significa observar, fueron centros carcelarios proyectados para que un solo vigilante o un reducido número de ellos, ocultos, pudieran observar los prisioneros, sin que estos se percataran de ello. Para lograr tal finalidad, la estructura de este tipo de edificaciones penitenciarias, no obstante, las diversas formas arquitectónicas adoptadas, -como la nuestra que optó por la de una cruz griega-, incorporaron en su diseño una torre de vigilancia en todo su centro con pleno dominio visual sobre la totalidad de las celdas y los alrededores.