Cuarenta años después

Augusto Trujillo

Este miércoles el estado español, encabezado por el propio Rey, convocó a la celebración de un compromiso con la democracia, a propósito del golpe del 23F de 1981. Hace cuarenta años España intentaba consolidar una transición política desconocida en su historia. Inspirada por el Rey, pero dirigida, en forma audaz y prudente al mismo tiempo, por la lúcida inteligencia de Adolfo Suárez, aquella transición significó la metamorfosis institucional más brillantemente diseñada y mejor trabajada del siglo XX.
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El tránsito de una de las más intensas dictaduras del siglo a formas republicanas de vida, no era empresa fácil. Las cortes habían adoptado la nueva Constitución y los ciudadanos la habían refrendado masivamente. En menos de un lustro los españoles instalaron en su patria unas instituciones nuevas, que arraigaban más todos los días, brindándole al mundo un ejemplo de civilización. Aun así, hubo quienes prefirieron el pasado autoritario y apostaron, por fortuna sin éxito, al cuartelazo del 23F. A mi criterio, España no es tan europea como lo pretenden muchos europeos, incluyendo entre ellos a muchos españoles. Eso me parece positivo que desafortunado. Anglosajones, francobelgas, holandeses, en fin, registran sucesos de guerras y exclusión mucho más intensos que los que les endilgan a los pueblos ibéricos. A pesar de la célebre “leyenda negra” que montaron sus enemigos, la historia de España es distinta. Vivió una Edad Media luminosa. Mentes cristianas como la de Pedro Hispano, musulmanas como la de Avicena, judías como la Maimónides, y otras más que la historia oficial de la Modernidad se abstiene de incluir en sus páginas, no solo pensaron, con brillantez, el universo y la vida en términos filosóficos y científicos, sino que dieron ejemplo de convivencia en la diversidad, de pensamiento plural, de respeto mutuo. En la mencionada transición política, España pareció mirarse en aquel espejo medieval de tolerancia y pluralismo. Ese fue el mensaje que los españoles proyectaron sobre el mundo, durante los cinco años cruciales de la transición, es decir, entre 1976 y 1981. El Rey, el Presidente del Gobierno, la dirigencia política, la Iglesia Católica, la academia, la dirigencia empresarial, los estudiantes, los anarquistas, la dirigencia sindical, el Opus Dei, las comunidades Lgtb, toda España, casi literalmente, respaldó complacida los acuerdos y se movilizó en función de una palabra clave: “consenso”. No hay ejemplo más diáfano de madurez política, en la historia del siglo XX, que la transición española. Los pactos de la Moncloa fueron firmados en 1977 por todos los partidos, incluyendo los que este miércoles se abstuvieron de acudir al “compromiso por la democracia”. Ojalá repensaran su desdén por la concordia, pues parecería que privilegian un fanatismo visceral, sobre la idea de consenso. Adolfo Suárez es, a mi juicio, el líder fundamental del siglo XX. Superior a Churchill quien caminaba con la misma propiedad en la guerra que en la paz, y a Adenauer quien siempre privilegió la paz sobre la guerra. Suárez condujo una inmensa revolución democrática en paz. Semejante logro es inédito en la Europa moderna. Por fortuna, el golpe del 23F sepultó los demás golpes, pero mostró la fragilidad de la democracia. Ciertamente, las armas la intimidan, porque su fortaleza es moral. Resulta pertinente parafrasear a Gracián: La democracia es un plebiscito de todos los días.
AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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