Hace cien años

Augusto Trujillo

El Tolima, hace cien años, había curado ya las principales heridas abiertas por la guerra de los mil días y mantenidas por la hegemonía conservadora.
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Nicolás Esguerra, vástago de una ilustre familia oriunda del municipio de Falan, había liderado la conformación de la Unión Republicana, cuyo triunfo electoral obtuvo el presidente Carlos E. Restrepo, en 1910. Por las mismas calendas Fabio Lozano Torrijos, Fidel Peláez Arboleda, Adriano Tribín Murcia y otros más, dieron vida a un importante grupo que se conoció como “Junta de Tolimenses”: Su propósito, unir esfuerzos en función del desarrollo regional.

Hace cien años, Ibagué era una ciudad encerrada en sí misma, pero registraba creciente ebullición intelectual. No tenía universidades y, a primera vista, no le hacían falta. Le bastaba con tener el Colegio de San Simón, el conservatorio de Música y la Escuela Normal de Señoritas. Contaba con un buen número de periódicos vinculados a la acción política de cada uno de los partidos tradicionales. El maestro Castilla, el maestro Bonilla y la educadora Carmenza Rocha eran símbolo de los tres centros educativos mencionados. 

La hegemonía conservadora, instalada en la región desde los comienzos de La Regeneración, tuvo en el general Manuel Casabianca su más conspicuo líder. Hace cien años había pasado a manos de un equipo cuyo vocero más conspicuo era el gobernador Rafael Dávila. Pero toda moneda tiene dos caras. El Cronista, periódico liberal ejercía desde Ibagué, un control ciudadano frente a los gobiernos, mientras en El Líbano germinaba una revuelta con vocación continental. Bajo el liderazgo de Pedro Narváez, zapatero de profesión, nació un nuevo grupo político que quiso ser protagonista de la primera insurrección armada de América del sur. Se conoció como el movimiento de “Los Bolcheviques”. El historiador tolimense Gonzalo Sánchez escribió un libro sobre ello.

En 1922 tuvo lugar en Ibagué la gran Convención Nacional Liberal, convocada por el general Benjamín Herrera. Aquella convención partió en dos la historia del liberalismo. Incluso la del país. El primero abandonó sus tesis radicales del siglo anterior, y el segundo se estremeció con el buen recibo liberal para los socialismos. La líder antioqueña María Cano y el sindicalista tolimense Raúl Mahecha, recorrieron el territorio departamental varias veces en procura de respaldo a sus políticas. Sobre la mitad de la década los jóvenes liberales José Joaquín Caicedo Castilla y Rafael Parga Cortés arrecian sus críticas al gobierno, mientras en Bogotá el empresario Alfonso López, otro tolimense nacido en Honda, decide recorrer el país criticando el absurdo oficial de lo que llamo “la prosperidad al debe”. Con la consigna de que el liberalismo debía prepararse para la reconquista del poder, invitó a un joven equipo de paisanos suyos a vincularse en esa aventura política. Simultáneamente el joven jurista chaparraluno Darío Echandía se preparaba para ejercer el rol de conciencia moral del país. Desde entonces y casi hasta el final del siglo, el meridiano de la inteligencia pasó por el Tolima. Las artes, las letras, el pensamiento se convirtieron en el principal activo de una región privilegiada para el ejercicio de las ideas. Pero el siglo XXI nació en medio de otra hegemonía que -como la de hace cien años, y como todas las hegemonías que en el mundo han sido- desvirtuó mucho de la impronta dejada por la región en la historia del país. ¿Cómo recuperamos el significado centenario de nuestro valioso activo espiritual? Ese es el reto de los tolimenses para construir su historia de los próximos cien años.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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