Una lección de ciudadanía

Augusto Trujillo

El triunfo de Gustavo Petro puso en claro dos cosas que no suelen resaltarse: La vocación civil de los colombianos y la fortaleza institucional del país. Por eso Colombia mantiene las formas democráticas más antiguas y estables de América. No hubo amenazas, ni violencia el día de las elecciones, ni duda alguna sobre el resultado electoral.

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Aquellas dos particularidades pertenecen al activo de la política colombiana que se viene construyendo, no sin dificultades, desde hace más de cien años. Es preciso preservarlo. Los esfuerzos realizados en 1910 para cerrar las heridas de la guerra de los mil días; en 1957 para superar la violencia del medio siglo; en 1991 para consensuar una nueva hoja de ruta hacia el futuro, quedaron impresos en la sociedad colombiana. Siempre que fue necesario, los colombianos dialogaron en forma incluyente y se pusieron de acuerdo en lo fundamental. 

En su primer gobierno el presidente Uribe unió a los colombianos frente la omnipresencia guerrillera que, nacida como protesta se había convertido en un sistema de vida. En aquel momento, hace unos tres lustros, el país nacional se sintió distinto y respiró mejor que la víspera. Debilitadas las Farc, aceptaron participar en el proceso de paz del presidente Santos. Fue una lástima que Uribe descendiera de su pedestal de ex presidente para ejercer de pugilista. Generó una escuela de malas maneras políticas, que tuvo aventajados alumnos.

Buena parte de ellos está hoy en el gobierno. Casi todos, empezando por el jefe del Estado, se encargaron de escalar el lenguaje y pulverizar los residuos de la convivencia que el país logró en torno a la Constituyente del 91. No hace mucho, consultado por la muerte de un reconocido delincuente dado de baja por la fuerza pública, el presidente respondió: “Era una rata de alcantarilla”. Semejante afirmación no se hace de ningún ser humano y, menos aún, por parte de un gobernante. En la misma línea se destacaron periodistas como la directora de la revista “Semana” y otros más, alineados en las dos campañas presidenciales.

Nada de eso tuvo efectos en el comportamiento de los colombianos el 19 de junio. La jornada transcurrió en paz, como si los ciudadanos quisieran enviar un mensaje a sus dirigentes y a sus gobernantes. La intemperancia, la agresividad, la violencia verbal anidó más en la cerrada cúpula del gobierno y del sectarismo a ultranza de los fanáticos, que en la amplia base del elector común. Este ciudadano está aprendiendo desde hace varias generaciones y el mal ejemplo de las cúpulas de hoy no lo ha contaminado. Si algo enseña la universidad de la vida, donde suele graduarse el ciudadano común, es “la prudencia que hace verdaderos sabios”.   

La lección del 19 de junio es una lección de patria, de cultura social, de civilización política. Es una lección de ciudadanía que debe ser acatada por la dirigencia. Frente al resultado electoral, el ex presidente Uribe escribió: “Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el Presidente. Que nos guíe un sentimiento: Primero Colombia”. Por desgracia, a contrapelo de ese mensaje, discípulos suyos insisten en la provocación. Sin embargo, hoy como hace tres lustros, el país nacional se siente distinto y respira mejor que la víspera. Es normal: Así es como evoluciona una sociedad civilizada. 

Augusto Trujillo Muñoz

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