Democracia de consenso

Augusto Trujillo

Desde los años ochenta algunos especialistas pusieron en duda la tesis anglosajona de que las mayorías son para gobernar y las minorías para oponerse. Ese era una especie de dogma que se expresaba en el esquema gobierno-oposición y que, en el afán de copiarlo todo, compramos en Colombia. Por el contrario, para aquellos entendidos –politólogos, juristas, sociólogos, economistas- el sistema de la democracia mayoritaria puede devenir en gobiernos no democráticos, porque excluye el principio de que “todos los que se ven afectados por una decisión, tienen derecho a participar en la correspondiente toma de decisiones”. 
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Ese el principio fundamental de la democracia de consenso. Plantea que la democracia mayoritaria –también denominada modelo de Westminster, pensada por y para los ingleses- termina desconociendo los derechos de las minorías, cuando se aplica en sociedades plurales o heterogéneas. Una sociedad de esta naturaleza necesita un régimen democrático que en lugar de oposición acentúe el consenso y procure optimizar el funcionamiento conjunto de los distintos sectores que los acuerdos respectivos lleven a ejercer el gobierno. El principio del consenso consiste en facilitar a un número amplio de partidos, movimientos u organizaciones políticas y sociales, compartir en propósito común el gobierno del país. Esa es la forma democrática de gestionar el disenso. Los colombianos necesitan aproximarse hacia la democracia de consenso para garantizar la posibilidad de construir proyectos comunes. Lo demás es seguir cultivando rencores insuflados desde una cúpula política que se acostumbró a la confrontación con el otro, en vez de rescatar y mantener un ejercicio creciente de diálogo civilizado.

Tenemos políticos y analistas de todas las tendencias, prisioneros de los ideologismos del siglo xx, que insisten en la teoría y pretenden adaptar a ella la realidad, cuando debe ser al contrario. Alguno de ellos afirmó hace unos días, que sin oposición política las democracias desaparecen. ¡Por Dios! Probablemente la democracia mejor consolidada del mundo es la de Suiza, un país plural como pocos, que constituye el ejemplo paradigmático de la democracia de consenso.

Bélgica es otro buen ejemplo. Suiza funciona en torno al federalismo territorial y Bélgica a un federalismo no territorial, montado sobre la autonomía de tres comunidades lingüísticas bien diferenciadas: la flamenca, la valona y la germanófona. En Bélgica existen instituciones que deciden única y exclusivamente para cada una cada una de las comunidades lingüísticas mencionadas. Con razón, algunos estudiosos del tema suelen hacer una afirmación no exenta de humor según la cual, en Bélgica, el único belga es el rey. Es mucho lo que Colombia necesita aprender de la democracia de consenso, no solo para aplicar sus principios sino para adaptar el modelo a esta compleja realidad que no hemos querido entender en doscientos años. El Constituyente del 91 hizo aproximaciones a este modelo, pero los gobiernos ulteriores, sobre todo en este siglo, resultaron inferiores al mandato constitucional. Los colombianos desperdiciaron treinta años contra-reformando su Constitución en lugar de desarrollar cabalmente sus principios y sus normas. Sin embargo, nunca es tarde para que un país pueda buscar su unidad en medio de sus diferencias y avanzar hacia el encuentro consigo mismo.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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