Las audacias mayores de sesenta

Augusto Trujillo

Alfonso López, el viejo, pasó a la historia por su enorme liderazgo político y su valioso legado en materia de realizaciones económicas y sociales. Pero también porque llevó al gobierno a quienes llamó las “audacias menores de cuarenta años”. Su célebre “revolución en marcha” tuvo en Darío Echandía y en Alberto Lleras las audacias más jóvenes y lúcidas del proceso reformista. Hubo otros dos jóvenes líderes que merecen citarse: Gaitán el duro y Turbay el hábil, como los llamó Antonio García, también proyectaron su brillante inteligencia sobre el país, aunque desaparecieron abruptamente de la escena pública cuando habían asumido a plenitud su responsabilidad dirigente.
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Entre esas audacias menores de cuarenta estaban, así mismo, Germán Arciniegas, Carlos Lleras Restrepo, Jorge Soto del Corral, Luis López de Mesa, Carlos Lozano y Lozano, Gerardo Molina, Jorge Zalamea, Antonio Rocha y otros tantos más que sobresalieron durante décadas, al servicio del país, como hombres de leyes, o como hombres de estado. El propio Alberto Lleras definió el equipo más cercano a López como un “concilio de jurisconsultos caracterizado por su falta de codicia, pero también por su devoción por la controversia y, sobre todo, por una sed inextinguible de creación”.

Las audacias menores de cuarenta años incorporaron a la reforma constitucional de 1936 instituciones nuevas, propias del Estado social de derecho, enriquecido más tarde por la Carta del 91. Otras audacias incluyeron instituciones de la economía social de mercado en la reforma constitucional de 1968. López Michelsen, Agudelo Villa, Palacio Rudas, Belisario Betancur, Edgar Gutiérrez, Luis Carlos Galán, merecidamente convertidos en figuras presidenciables alrededor de los cuarenta años, fueron clave en el proceso de desarrollo económico y social en que se comprometió el país en la segunda mitad del siglo xx. Por desgracia, el dueto Reagan-Thatcher decidió apostarle al futuro del mundo mirando hacia el pasado de Europa y clausuró lo que, en nuestros países, podría llamarse la economía del sentido común. El siglo xxi trajo consigo una aguda problemática y una ausencia de liderazgos capaces de enfrentarla. Las audacias menores de cuarenta años desaparecieron porque, en inefable postura postmoderna, reemplazaron la idea del ser por la del aparentar. Hoy es imposible gobernar bien sin conocimientos, sin formación, sin capacidad de diálogo y, sobre todo, sin experiencia. Ningún diploma en el mundo ofrece la idoneidad que garantiza la universidad de la vida. En ausencia de estadistas y en abundancia de improvisaciones los resultados han sido dañinos para la salud de país. En este momento vamos al garete, la corrupción rompió todos los límites y los niveles de pobreza, que llegan al 40%, convirtieron a Colombia en uno de los países más desiguales del mundo.

Probablemente, el fracaso de las audacias menores de cuarenta años llevó al presidente electo a mirar hacia las audacias mayores de sesenta; incluso de setenta. Quizás se pueda aprender a administrar, administrando, pero es imposible aprender a gobernar gobernando. Gobernar hoy, supone una experiencia que no se tiene a los cuarenta. ¿Sería oportuno modificar la ley que fija una edad máxima de retiro, para adoptar otra que señale una edad mínima de ingreso? A lo mejor no tendríamos estos fiascos en política exterior, ni en política interior, ni en política de defensa. Un proceso de reformas, como el que anuncia el nuevo gobierno, necesita audacias mayores de sesenta años. Por fortuna el presidente electo es una de ellas.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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