Inequidad ambiental

Miguel Ángel Barreto

Esta semana que termina se registraron dos hechos de importancia ambiental tanto en el ámbito nacional como global. Uno, el acierto de Cortolima en declarar el Bosque de Galilea como Parque Natural Regional, con lo cual se reduce la amenaza de fracking que pesaba sobre este importante activo ambiental del país, se protegen más de 26 mil hectáreas y se privilegia su valor científico y natural para el centro y sur de Colombia. Este logro es el resultado del compromiso y trabajo interinstitucional realizado entre la Universidad del Tolima y la autoridad ambiental.

Vale recordar que desde el Congreso acompañamos varios foros, se discutió y alertó sobre los peligros de los Yacimientos No Convencionales (YNC), no solo para el oriente, sino para Ibagué, el norte del Tolima y otras zonas de la geografía nacional donde estas exploraciones de recursos no renovables afectan asentamientos humanos y ponen en riesgo el abastecimiento del agua para diversas comunidades, defensa con la que seguimos comprometidos.

Es justo, en este punto, reconocer los esfuerzos que viene haciendo el país en materia de conservación, por ejemplo, el Pacto de Leticia, que lideró el Gobierno nacional este año junto a los países que comparten la geografía amazónica para luchar contra la deforestación y los grupos criminales que se lucran de la minería ilegal y el narcotráfico. También está en la memoria reciente la declaración del Parque Natural de Chibiriquete como patrimonio de la humanidad.

Pero este leve sabor a dulce en la boca con los compromisos que Colombia viene asumiendo en materia ambiental contrasta radicalmente frente a un segundo hecho internacional, como lo fueron los pobres resultados de la Conferencia de la Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP25, que se cumplió en Madrid, que además de dejar una sensación muy agria para los ambientalistas, golpea certeramente los genuinos intereses de quienes creen que el cambio climático es el gran reto de la humanidad para garantizar una vida sostenible para las nuevas generaciones.

Lo de Madrid resultó frustrante: Primero, quedó en evidencia el enorme poder y presión de las compañías de petróleo, gas, oro y carbón sobre los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, China, Japón e India, que bloquearon unos mayores avances para contrarrestar la emergencia climática. Segundo, los grupos de presión terminaron por torpedear las negociaciones sin tener en cuenta las advertencias de la comunidad científica que presagia que la temperatura mundial se ubicaría entre 4 y 5 grados centígrados al finalizar este siglo, lo que calificaron como una catástrofe con un ‘sufrimiento incalculable’.

Tercero, se hizo omisión a los estudios que anuncian la multiplicación de fenómenos extremos como sequías, incendios, alteraciones en los sistemas de producción de alimentos, inundaciones, terremotos, huracanes, volcanes. Solo en 2019 se registraron más de 30 millones de hectáreas afectadas por los incendios.

Cuarto, tampoco hubo un amplio consenso para regular los mercados de carbono, es decir que los países más industrializados y dependientes de las energías fósiles podrán seguir pagando a terceros países recursos por aumentar sus mecanismos de protección al medio ambiente, sin que los primeros asuman decisiones contundentes para reducir sus emisiones de gases contaminantes.

Sin duda, resulta inequitativo y deja una agridulce reflexión ambiental que países como Colombia muestren resultados y compromisos cuando los integrantes más influyentes del G-20 le sacan el cuerpo a decisiones y compromisos más contundentes en sus políticas para detener el calentamiento global.

No obstante, la batalla por la supervivencia de todas las especies que conocemos continúa, la próxima cita del COP 26 será en Glasgow, Escocia, en donde será apremiante, entre otros, definir los planes de reducción de emisiones de carbono por parte de todos los integrantes del Acuerdo de París, que los científicos apoyen el diseño de las nuevas políticas ambientales y haya definición de presupuestos para tales fines. La crisis climática no da espera y los tiempos para actuar se siguen agotando.

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