“Ibagué Cómo Vamos”

Alberto Bejarano Ávila

Juzgo que el programa “Ibagué Cómo Vamos” es serio, que sus profesionales denotan rigor técnico y dedicación y que su modelo de análisis es consistente y relativamente amplio; sin embargo, se ve coyunturalista y no inquisitivo, es decir, sus escrutinios no encuadran en una correlación histórica de causa y efecto, razón que lo hace aséptico y por ende no concluyente en profundidad.

Los indicadores del último informe (calidad de vida), mostrado el pasado 14 de junio, acentúa mi escepticismo dado que (apelo a metáfora médica), si bien las imágenes diagnósticas que enseña el informe son crudas, en esta vecindad, cortoplacista y políticamente anacrónica, escasean galenos sabios, rectos y competentes para leer diagnósticos y prescribir medicinas efectivas para erradicar la epidemia de subdesarrollo, que, por ahora, no es mortal y sí es fácilmente curable.

Alguna vez usé el símil mecánico de que Ibagué y el Tolima, como factibles vehículos de progreso, tienen potentes faros atrás y débiles cocuyos adelante. Argüía así cómo en verdad hacemos buena retrospectiva (lo prueba el informe de ICV), pero prospectiva floja y por ende ahistórica, sentir que equivale a decir que miramos bien hacia atrás pero no sabemos para donde vamos.

Reutilizo el símil mecánico para decir que en Ibagué y el Tolima hace falta un engranaje de piñones sincronizado: prospectiva de futuro ambicioso que propulse acciones metódicamente evaluables para pulir la prospectiva (prospectiva-acciones-retrospectiva-prospectiva). Esta dinámica se daría en tramos históricos largos (Ej. 20 años) y no coyunturas o cuatrienios de gestión porque así sólo atizamos ligeras y subjetivas fábulas callejeras y esquivamos la tarea de estructurar guías o índices serios que vayan confirmado y negando si vamos bien. El informe de ICV muestra que vamos mal.

Los juicios de valor sobre el origen del desarrollo no deben partir de la premisa de gobernantes verdugos y gobernantes salvadores. Ésta forma reduccionista de mirar la complejidad histórica del desarrollo lleva a acumular frustraciones porque acicatea caudillismos y politiquería y exime a los estamentos sociales del deber de “interpretar armónicamente su singular instrumento en el gran concierto del progreso”. El fallo sobre la gestión de los gobernantes debe ser justo: aprobación al que con talante de estadista y sin populismo lo hizo bien; condena ejemplar al que lo hizo mal.

Creo que el enfoque de solución a nuestros males debe estribar más en tesis de economía política que en directrices de política económica, pues la prospectiva del desarrollo regional debe imbuirse de sentido político-territorial para no hacer revoltijo insano de patrimonio público, oportunidades, emprendedor autóctono e inversor foráneo que, éste último, sabedor del desempleo pertinaz, usa la variable empleo como escudo moral para especular libremente y esperar que le agradezcamos.

Sugiero que así como se creó “Ibagué Cómo Vamos” (ICV) se cree “Ibagué Cómo Irá” (ICI) y que el nuevo ente haga juicioso acopio de prospectiva tomando lo poco que hay: Visión Tolima, metas de planes de desarrollo, planes de gobierno, promesas de candidatos elegidos y gobierno central, planes de entidades gremiales y sociales. Este es el único modo de cotejar rigurosamente las ideas diversas de futuro con la coherencia y eficacia en la gestión de los dirigentes públicos y privados.

Construir atraso con arengas de progreso es paradoja que un territorio geopolítico superará con una depurada cultura de la visión, la eficacia, la responsabilidad y el examen sistemático.

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