Gestión pública y desarrollo regional

Alberto Bejarano Ávila

Bajo la actual lógica del desarrollo digamos que un acto de gestión pública, a todo nivel, es un paso hacia el progreso o al menos ello arguye quien reclama méritos por tal acto. Necio sería negarle importancia a la construcción de pequeños puentes, aulas (el colegio entero rara vez), zonas recreativas, parques, asfalto de calles, entrega de sillas y gafas a limitados físicos, etc. Estas y más acciones loables se produjeron, bien o mal, toda la vida en nuestra región, y de ahí la incuestionable paradoja: ¿Si tantas acciones o pasos dados en el pasado lejano o cercano llevaban al desarrollo, por qué vivimos en el subdesarrollo?

Moralejas del relato son: a) aquello que parece ser desarrollo no siempre es, pero hay que seguir haciéndolo, b) tales actos derivan de visiones ceñidas al exiguo erario público y no de egregias visiones de futuro, c) la ejecución de loables pero accesorios actos, compete a mandos medios (secretarios de despacho, gerentes de institutos) y no a los “mandatarios” (alcaldes o gobernadores) que en lid democrática se obligaron a realizar tareas de orden estratégico para construir desarrollo, d) gestionar el desarrollo no equivale a gestionar lo urgente o humanitario (a veces con fatua intención) y por ello, sin desestimar esto último, conviene distinguir lo uno de lo otro para evitar el trueque de “gato por liebre”.

En esta perspectiva, el cacumen de gobernantes y conspicuos asesores debe ocuparse de diseñar y ejecutar planes estratégicos para alcanzar esos grandes objetivos para el Tolima que así intento sintetizar: ser una región de dueños, con alto nivel de vida, pleno empleo, seguridad, equidad social, eficaz atención en salud, sana convivencia, excelentes servicios públicos, crecimiento fiscal, formación de capital, crecimiento económico sostenido, fácil acceso a vivienda, alta capacidad de inversión pública y privada, exportaciones crecientes, mercados expansivos, educación, ciencia y tecnología para construir región, movilidad de calidad, industrialización y agroindustrialización, turismo receptivo, arte, cultura y deporte en auge, clima propicio para emprendedores, democracia de alto valor dialéctico.

La sabiduría popular (que debería inspirar a gobernantes y dirigentes) enseña que alcanzar un moderno estadio de progreso empieza, impajaritablemente, por relevar la añeja visión del desarrollo y hacer de la nueva visión un sólido valor cultural del tolimense, suceso que podría tener origen en la conciencia y la voluntad de gobernantes y dirigentes para inducir cambios de paradigmas y renovación anímica o moral del sentir y el actuar colectivo.

Para que podamos conversar, acordar y emprender acciones regenerativas y así iniciar la andadura hacia un nuevo orden social, económico y político y un hábitat sostenible, los gobernantes y dirigentes sectoriales deben utilizar su intrínseca y discrecional capacidad de convocatoria, poco ejercida, para llamar al gran diálogo sobre el futuro regional, en el entendido de que, estarían inaugurando otra forma de gestionar desarrollo sin afectar la gestión de necesidades vitales del menos favorecido y de paso exorcizándose de la falsa creencia de que per se lo electoral redime.

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