¿Un nuevo Tolima es posible? (I)

Alberto Bejarano Ávila

Claro que sí, pero no así. El exceso de politiqueo, corrupción y levedad, y la creencia de que al centralismo político y gubernativo le preocupa el futuro tolimense es señal inequívoca de que nada cambiará a menos que construyamos otra realidad política capaz de edificar un nuevo Tolima. Es verdad de a puño que la región es decadente desde cuando sus “líderes” alteraron los fines de la política (es simplificación histórica) y en su orden así lo dejaron: la egolatría, el interés personal, la retórica falaz y delirante y la gente (su voto). El irrebatible y correcto orden del ejercicio político es: la gente como fin superior, las ideas sustentables del modelo socioeconómico regional, las aspiraciones (éticas) del actor político y el orgullo legítimo que se insufla cuando el líder recibe elogios por el deber bien cumplido.

Imposible no, pero remota sí es la posibilidad de que quién encarna la rancia política quiera rectificar, pues abandonar su zona de confort, cambiar su espíritu gregario, asumir el deber de pensar y renunciar a las canonjías del viejo orden le significa reinventarse y eso no resulta viable. Si reinventarse no es opción, si la política no es un fin en sí misma sino un medio que une ideas y voluntades para forjar progreso, si el país debe reconstruirse desde las regiones y el Tolima reconstruirse a partir de un remezón a su inercia histórica, entonces el camino no podría ser otro que instituir un partido o movimiento político fundamentado en ideas y programas de contenido esencialmente regionalista. La tesis queda planteada.

Un partido regionalista (pueden ser varios), como sucedáneo de la política torpe, originaría hechos inéditos: afirmar el nacionalismo desde la región y no desde el centro, inducir ideas y espíritu autonómico, afirmar vocación de poder regional y de ahí peso político especifico nacional; idear visión estratégica, proyectos políticos y planes para cada espacio geopolítico regional; instar a la unidad, coherencia y disciplina respecto de aquella visión y proyecto; suscitar prospectivas municipalistas, orientar y empoderar a militantes y líderes para que cumplan bien su deber, honrar el interés común y proscribir el personalismo.

El porqué del partido regional es simple: los hechos progresistas empezarán a ser motor del futuro si creemos que la política no puede ser ni ética y ni eficaz sin visión, ideas, programas y acuerdos y que, por lo mismo, el cambio solo puede hacerlo realidad un nuevo partido o movimiento que se obligue a diseñar su propio modelo de región y someterlo al escrutinio interno y al diálogo público, pues es de tal modo como se puede avanzar y no recaer siempre en la politiquería. En la política, el espíritu de región garantiza respeto a la diversidad, sincero anhelo de cambio, sentido histórico como fundamento cultural, obediencia a lo convenido en democracia, continua reinvención programática y dinámicas de participación inspiradas en el método interactivo, cohesionador y creativo de “conversar, convenir y confluir”.

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