Proyecto de vida de un joven tolimense (II)

Alberto Bejarano Ávila

Por mal camino va la región que en su propio territorio es incapaz de ofrecer oportunidades para que sus jóvenes, pudientes o no, realicen sus proyectos de vida personales y familiares y, dije atrás, con la suma de esos proyectos dinamizar ciclos históricos de bienestar común.

Entre todos podríamos despejar ciertas incógnitas a efectos de deducir o juzgar cuál es hoy la correlación juventud y progreso regional: ¿Es tierra promisoria aquella donde ni siquiera la juventud solvente puede realizarse profesionalmente? ¿Tienen futuro las regiones donde sus jóvenes educados y emprendedores emigran incesantemente? ¿Es justo o tolerable que la idea de prosperidad de cada generación esté en lejanía y no en su tierra? ¿Podrán cambiar su historia aquellas regiones que no cuestionan ni renuevan sus ideas de desarrollo?

Dadas nuestras pobrezas, es lógico que emigrar sea prácticamente la única opción del joven audaz pero pobre; sin embargo no es lógico que un joven pudiente, estudiado y osado opte por labrar futuro en otro lugar, pues entonces ¿para qué la tesis de educar para construir el desarrollo regional? Todo indica que así como no hay oportunidades para el joven común, tampoco las hay para los sueños del profesional idóneo y que la ausencia de clima propicio para el desempeño de “cultos e incultos” y pobres y pudientes, arraiga la errada presunción de que el éxito personal está allende a los límites territoriales, creencia que agrava el circulo vicioso del atraso porque impide entender que lo que se va, para no volver, no es la miseria, sino el relevo generacional, el talento, el espíritu libre e industrioso, la capacidad de trabajo, las sanas ambiciones, todos ellos atributos fundamentales para derrotar la miseria.

La sociedad que repudia la decadencia e imagina el desarrollo desde perspectivas futuristas y socialmente integradoras sabe que el “capital humano” origina, defiende y potencia todos los demás capitales y sabe también que sólo pueblos suicidas y decadentes cohonestan el irreflexivo y leonino trueque de capital valioso (“capital social”) por capital contaminado de insana codicia y mezquindad (inversión externa) y por ello, al momento de elucubrar teorías y planes estratégicos de desarrollo, dedican concienzuda atención a tan vital cuestión, pues comprenden que la plena realización de sus jóvenes en su propio hábitat marca la diferencia entre el desarrollo humanista y el desarrollismo deshumanizante y tiránico.

Quisiera uno que en el Tolima se reconociera que la semilla es buena (mucho talento joven), que siempre lo fue, pero que el ambiente cultural y político es y siempre fue estéril y hostil, hechos que continuadamente llevan al sacrificio de generación tras generación, frustrando así la posibilidad de construir progreso y que, por tanto, es imperativo replantear arcaicas y engañosas ideas del desarrollo que algunos asumen como verdades reveladas, para hacer posible un viraje de 1800, pues, de seguir marginando o condenando al ostracismo la valía intrínseca de nuestra juventud, hasta las esperanzas tendremos que perder.

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