¿Quién chilla también aplaude?

Alberto Bejarano Ávila

Parece que vivimos en el territorio de las paradojas sin tener mayor conciencia de sus graves efectos. El Tolima es región rica con gente pobre; creemos que el talento es fundamental y lo forzamos a emigrar; nos autocalificamos de constructores del desarrollo y esperamos que el desarrollo llegue de “arriba”; sabemos que el politiqueo es nefasto y en cada elección lo validamos; anhelamos el cambio y cuando éste se aproxima reculamos. Seguramente estos y otros temas sirvan para tertuliar, pero coexiste una tragicómica paradoja que suele “pasar de agache”: la inexplicable costumbre nuestra de aplaudir a quien nos hace chillar.

Ésta paradoja es histórica y usual en el país y, claro está, en el Tolima. Uso el término chillar, porque el Alcalde de Ibagué osadamente prendió la alarma en nuestro magín al confesar lo que otros hacen a hurtadillas, escudados en que las sociedades algo tienen de masoquistas. Igual uso la palabra aplaudir porque, sin motivo ni mérito, solemos batir palmas a quien nos hace berrear. Así planteo este absurdo:

Aunque chillemos, con todo género de gravámenes los insensibles burócratas esquilman nuestros ahorros para “desfacer entuertos” y construir obras de poco alcance y ningún efecto en el desarrollo, pero que, eso creen, por ser acciones de su excelsa gestión gubernamental, “estaríamos obligados” a reconocerlas y aplaudirlas.

Uno entendería que el aplauso es bien merecido cuando alguien hace algo extraordinario, para el caso, cuando los gobernantes lideran iniciativas que, yendo más allá de la consabida ejecución del presupuesto público, originan desarrollo visible y medible y, en su defecto, no es loable que los dizque modernos mandatarios, cual alcabaleros del medievo, abusen del margen contributivo de ciudadanos y empresarios.

El más regresivo de los contrasentidos de la “modernidad” es que, con insostenibles discursos de desarrollo, los gobernantes y sus áulicos apelen al facilismo para empobrecer a la gente y engendrar más subdesarrollo.

Fiel al espíritu propositivo aporto uno de esos consejos que nadie oye: que le hagamos saber a los gobernantes que lo excelso de su gestión no nace de fungir como ejecutores del erario (cosa que un oficinista más o menos eficiente podría hacer) y sí ejercitando su capacidad de convocatoria a todos los estamentos de la sociedad para esclarecer y adoptar las variables conducentes al desarrollo; para invitar (no opacar) al talento morador y migrante a dar luces científicas, culturales y políticas; para abolir las pugnacidades migajeras y para construir un positivo clima de unidad regional. Así empezaríamos el genuino camino hacia el progreso.

El desarrollo es el quid del asunto. Sólo éste ampliará la base tributaria que provee recursos para construir obras, acercar la ciencia y la tecnológica, apoyar el emprendimiento, realizar reinversión social y, en suma, hacer sostenible el progreso.

Errado es creer que arruinando más al pobre, recreando tiempos medievales y haciéndonos chillar cual chivos expiatorios, es como se convoca a coparticipar con regocijo en la construcción del desarrollo regional.

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