A todo señor, todo honor

Alberto Bejarano Ávila

Hasta los más ignaros en materia judicial sabemos que la constitución colombiana establece el principio jurídico penal de la presunción de inocencia y el derecho al debido proceso. Por tal razón, y además por madurez y honradez, no solo los juristas (los primeros por supuesto) sino todos estamos en la obligación de respetar y acatar estos mandatos constitucionales so pena de contribuir, de buena o mala fe, a la opinión subjetiva, al prejuicio enfermizo y al embuste ligero e irresponsable, procederes estos que resultan nocivos para la salud mental de las sociedades, tan nocivos o más, como son los daños físicos o materiales que ocasionan aquellos que obran con felonía y por encima de la ley, el respeto y la ética.

Frente al duro trance por el que pasa el Dr. Gonzalo Vargas Ramírez, a quien conozco desde hace varias décadas, debo ofrecer sincero e incondicional testimonio de su caballerosidad y sus condiciones de profesional consagrado, de excelente miembro de familia y de persona socialmente sensible y solidaria, virtudes irrefutables que hoy me exigen creer con firmeza en su inocencia.

Quienes hemos sufrido en pellejo propio el dolor que causa la perversa voz acusadora que se arroga como fundamento, no la prueba objetiva y sí las consejas, los odios y la pobreza de espíritu, tenemos la obligación de invocar como correcta norma de conducta la rectitud de juicio, el respeto a la persona y la objetividad y nunca la vileza y el escarnio.

¿Cuántos inocentes han sido literal o moralmente linchados por causa de una irresponsable y falsa voz acusadora, como de sicofanta griego? ¿Cuántos delincuentes irredimibles fueron exculpados y mostrados como personas de bien por un también apresurado y falso defensor de oficio o sofista venal?

Como respuesta a estos interrogantes tendría que surgir una férrea decisión de erradicar de tajo la perversa práctica de la doble moral y el rasero inmisericorde que, como crudas formas de despotismo, impiden escuchar las razones contrarias y otorgar siempre el beneficio de la presunción de inocencia.

Reconociendo como necesarias las luchas contra todas las formas de violencia, incluyendo la de género y sabiendo que la objetividad mediática y al amarillismo están divididos por un hilo sutil, uno concluye que es necesario hacer un alto para reflexionar sobre cómo detener la práctica de conductas que son propias de sociedades decadentes, indecentes y de alguna manera salvajes y optar por la construcción de una sociedad realmente civilizada y por tanto capaz de reconocer y escuchar al otro y juzgar toda circunstancia con ecuanimidad y respeto y no desde la envidia, el prejuicio y el resentimiento.

Al Dr. Gonzalo Vargas, su señora esposa, sus hijos, amigos y allegados más cercanos quiero expresarles mi más sentida y sincera voz de solidaridad y mi absoluta convicción de que los días difíciles acabarán y quedarán convertidos en experiencias valiosas para seguir la briega por esas causas nobles que alimentan a las sociedades íntegras, prósperas y decentes.

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