El Tolima, un intangible político

Alberto Bejarano Ávila

Vienen meses de ajetreo electoral que, se presume, serán atosigantes y poco promisorios en cuestión de ideas y por ello conviene fijar posiciones para intentar poner en evidencia la sequía intelectual y la falta de norte político que en el Tolima tipifica a tan predecible como indocto evento.

Como siempre aconteció, veremos una miríada de candidatos declarándose derechistas, izquierdistas o centristas, pues saben que allí está encajonada la cultura política tolimense, pero nadie se declarará regionalista, porque en su magín tal categoría ideológica no existe y solo es culequera quijotesca de algunos idealistas que no saben de política.

Oiremos entonces dos tipos de fogosos discursos acusadores, defensores o volatinescos. El primero, sobre el modelo económico colombiano y su cúpula gubernamental y, en esencia, prometerá reformas legales y, el segundo, sobre refritas y majaderas promesas para acabar con la pobreza y el desempleo en cada municipio tolimense.

El primer discurso lo esgrimirá quien cree que las leyes (y la denuncia) trasforman y el segundo, ya sabemos, será narrativa de patrañero, pero, en ambos casos, nadie reconocerá que solo quien construye transforma o que la cuestión sería… “a dios rogando y con el mazo dando” o diciendo y haciendo.

Puede decirse entonces que, aunque poco pertinente para los intereses del Tolima, se tiene un discurso con relativo sentido en lo nacional, pero no se tiene un discurso para lo regional y de ahí que, por enésima vez, “el político tolimense” validará el centralismo y la exclusión y negará o esquivará el examen colectivo de cuestiones políticas básicas como: modelo de desarrollo regional, peso político, empoderamiento, autonomía, identidad, cohesión social. Nuestra visión política debe ser bidimensional (región y país), no unidimensional (país) pues ésta última condena al Tolima a ser un intangible político y por ende a eternizar su atraso.

Acepto que es necesario asumir inteligentes y pertinentes posiciones políticas nacionales, pues allí, hoy, se deciden asuntos que ayudan o lesionan al Tolima (más daño que bien) pero es inaceptable que esas posiciones dividan a los tolimenses, pues así se le hace flaco favor al Tolima y se le otorga primacía a la absolutista lógica centralista. Diría entonces que si bien podemos ser universalistas, gobiernistas, congresionales u optar por la protesta, la crítica, la denuncia o la adulación, jamás debemos ser etéreos o unidimensionales, pues así caemos en un limbo que nos impide reconocernos y entender que, junto al derecho de opinar, está el deber de construir la realidad que merecemos y que nadie, desde fuera, la va a construir.

El Tolima es un territorio extenso y rico donde los tolimenses podemos imaginar y construir futuro, pero ello exige reencontramos en el ámbito territorial, asunto posible si aceptamos que así como por décadas, teóricos y militantes de diversas riberas ideológicas (?) reiteraron sus tesis y nada positivo ocurrió (regresivo sí), justo es mermarle a la tozudez ideológica y explorar otras razones políticas que pudieran encarrilar el rumbo regional. En eso estamos.

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