El pragmatismo, ¿majadería intelectual?

Alberto Bejarano Ávila

Antes de abordar el tema del pragmatismo debo excusarme por desoír consejos de quienes invitan a la crítica casuística (a personas y hechos del día a día). Como la “taquilla” poco me desvela, en lo posible hago crítica disruptiva sobre problemas que origina, más que la “gente mala”, la caduca mentalidad y luego intento plantear propuestas prospectivas.

Ello obedece a que cuando hice esa crítica que excita al “bravero”, me vi narrando el ayer y no avistando el futuro, coreando lo ya dicho por otros o cayendo en obviedades. Desde luego que gustoso leo a quienes denuncian y hacen genial crítica coyuntural, pues sin su perspicacia y valentía no sabría cuál es el círculo vicioso que debe romperse… “Zapatero a tus zapatos”.

Ahora sí hablemos de pragmatismo. En momentos de análisis sobre asuntos empresariales, sociales o políticos o al buscar la relación de causalidad de problemas o disyuntivas comunes de cierta gravedad, algunos usamos el enfoque estructural e histórico, pues creemos que el análisis de asuntos complejos exige pensamiento complejo y no lugares comunes, y por ello creo que quien alardea de pragmático es algo así como un machista intelectual que desdeña todo objetivo superior, acumula tesis refritas que vende como novedosas, arruina y dificulta el diálogo constructivo y hace perder valioso tiempo.

El pragmatismo bobo parece ser moda intelectual y, creo yo, por allí rondaría la explicación del desgobierno, el cortoplacismo y el populismo. En las gentes de negocios el pragmatismo es admisible, pues de ellas sólo se espera ética y respeto al principio de la función social de la riqueza, pero quienes cumplen funciones orientadas a alcanzar el progreso de la sociedad están obligados a hacer lecturas rigurosas del orden social, económico, geográfico, político e histórico del país o de un territorio especifico y complejo.

Estas lecturas otorgan autoridad y calidad a las propuestas y al liderazgo, mientras que aquellos que presumen de practicidad cerril, trivializan y hacen estéril el desempeño socio-económico y político de las sociedades.

El tan elogiado espíritu pragmático o afán de resultado, que en la empresa privada lo motiva el positivismo o afán de lucro y acumulación de riqueza (motivación de suyo legítima) difiere del pragmatismo aplicable a toda institución pública y a la organización cooperativa y social, pues en éstas el sentido del resultado debe proceder de la sensata concurrencia de variables humanistas, incluyentes y democráticas orientadas a abolir la injusticia para que prevalezca la equidad social, logro que sólo es posible con cohesión, buena fe e ideas inteligentes.

La practicidad será virtud motora de las entidades instituidas para defender el interés común si sus afanes cotidianos se inspiran en una mixtura de saberes originados en lecturas contextuales, respeto a las ideas del otro, visiones compartidas, acuerdos estratégicos, fines misionales y objetivos ambiciosos para construir una riqueza pública que realmente esté al servicio todos y, por lo mismo, que garantice una prosperidad irrefutable y sustentable.

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