¿Pedir, protestar, divagar o construir? (I)

Alberto Bejarano Ávila

Con la venia de quienes pudieran acusarla de rebuscada utilizo la palabra distopía para decir que los políticos al servicio de la plutocracia (y el idealista de buena fe) nos “meten gato por liebre” al usar la palabra utopía, su antónimo, para mantener vivo el espejismo del progreso, y ocultar males que todos vemos, pero que el poder niega cínicamente.

Dice la RAE: distopía: “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de alienación humana”; utopía: “plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de difícil realización (isla de Tomás Moro, con un sistema político, social y legal perfecto)”.

El lector juzgará si nuestra visión del futuro regional es utópica o distópica o si estamos en nada. Al pensar que en el Tolima ni siquiera hay utopías o sueños y que el politiqueo circense es cada vez más gris, se concluye que la vía hacia más subdesarrollo es inexorable y que por decoro y respeto a las nuevas generaciones, debemos revertir el proceso de enquistamiento de tanta levedad y empezar a construir la realidad deseada.

Esta tarea es fácil, basta desoír seductores “cantos de sirena” y conversar entre nosotros sobre el por qué y el cómo afirmar la vocación de constructores de ideas y voluntades para construir el desarrollo económico y social del Tolima y mermarle al hábito de pedir, protestar y divagar.

Intentaré aclarar el galimatías que armé y sugerir soluciones, confiado en hallar eco, pero si no, al menos ejerzo mi derecho a la propuesta sin negar el de la protesta. La historia siempre enseñó a los tolimenses qué es lo deseable y qué lo indeseable, pero sus lecciones nunca se aprendieron y de ahí la acriticidad política que hace olvidar que el Partido Liberal se fundó en 1848, el Conservador en 1849 y el Comunista en 1930 y que, desde tan remotas épocas, esos partidos quebrantaron sus idearios y se hicieron anacrónicos y, por ello, cayeron en prácticas indecorosas o en dogmatismos blindados contra el avance de las ideas.

Hoy existen 15 organizaciones políticas (CNE), tres viejos partidos y 12 clones suyos, porque éstos no emergieron de cismas ideológicos, sino de intereses personales y por ello ninguno revolucionó la política nacional y si empequeñeció y pervirtió la política regional. La política vieja merecería respeto si fuese referente de sabiduría y compromiso social, de afirmación de la nacionalidad y de visión internacionalista, pues haría de Colombia un país próspero, justo y ejemplo para el mundo. Lamentablemente ésta no es su semblanza.

Los tolimenses “mamados” de lo mismo tienen la opción (ya sugerida) de instituir un partido regional. Bastan 50 mil firmas, una plataforma política, un estatuto y desde luego un modelo organizacional realmente democrático. Claro, siempre que lo sugerí escuché silencios o que no se podía, pero insistir es obligación moral, porque realmente no hay otra alternativa para quienes quieren que nuestra juventud y su descendencia tengan un horizonte despejado. Quizás un día alguien quiera conversarlo. Continúa.

Comentarios