Sobre cultura política y debate electoral

Alberto Bejarano Ávila

Por invitación de El Nuevo Día concurrí al debate que organizó, en asocio con la Universidad Cooperativa y Caracol, con candidatos a la Gobernación del Tolima, debate que se ocupó de cinco temas: Empleo, emprendimiento y competitividad; infraestructura, desarrollo urbano y servicios públicos; seguridad y convivencia ciudadana; desarrollo social (pobreza, primera infancia, salud y educación); medio ambiente. Luego de observar juiciosamente el método o arquitectura del debate y escuchar las diferentes preguntas y las exposiciones de los tres candidatos, considero conveniente emitir una sucinta opinión al respecto.

Dando por descontada la pertinencia de los termas, el rigor metodológico, la inteligencia de los candidatos asistentes y, hasta donde pude advertirlo, su relativo buen conocimiento del Tolima, señalo que el evento satisfizo las expectativas. Por lo oído y observado quiero creer en la honradez intelectual y la buena voluntad de los candidatos y quiero descartar que ellos pudieran tener una agenda oculta no expresada en sus intencionalidades explícitas. De otra parte, confieso que el evento confirmó, al menos a mí, que la racionalidad política tolimense sigue siendo cortoplacista, personalista y casuística, apreciación que intentaré explicar.

Los defectos de fines y de arquitectura de los mal denominados debates políticos consisten en que siempre asocian nombres de personas y un horizonte de cuatro años al diagnóstico y las soluciones de problemas y distorsiones gestadas en cien o más años (por no decir que desde siempre) y que, contando con mucha inteligencia y tenacidad, podrían revertirse en dos o tres décadas con planes basados o informadas en una visión compartida del desarrollo (convergencia política) diferente a la visión y la acción política causante de los problemas y distorsiones que se pretenden remediar. Ésta, grosso modo, es la trazabilidad del cambio.

Pienso que el clima de opinión no debe propiciar una cultura electoral que empuje a buenos candidatos a responder con ideas cortoplacistas y casuísticas y por ello en el debate, antes que paliativos, cada candidato debe ofrecer su lectura de la sociología regional, los procesos de deterioro ambiental, moral y político, el contexto territorial, su perspectiva histórica, los ciclos económicos y, sobre todo, cómo estructurará equipos temáticos que sumen sabiduría compleja y específica (inteligencia colectiva), para iniciar procesos de cambio de mediano y largo plazo sin que la pseudocultura política, episódica y egocéntrica los pueda reversar. El desarrollo debe ser genuinamente politizado y no personalizado para que el Tolima cambie.

Es cierto que lo políticamente correcto es incorrecto en nuestra cultura electoral, que quita votos y que la escasez de tiempo exige síntesis. Pero también es cierto que convertir al buen líder en candidato casuístico y no histórico es ahijar la continuidad del atraso económico y mental y por ello urge cambiar la ciencia política y el debate electoral para enaltecer la idea de futuro del actor político. Si el debate político evoluciona, la cultura electoral evoluciona.

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