Inteligentes sí, pero...

Alberto Bejarano Ávila

Por estos días en todo encuentro fortuito, amigos y conocidos suelen preguntar: ¿por quién va a votar? Al menos en mi caso, la rápida respuesta es: ¡lo estoy pensando! En verdad sería injusto someter a un amigo a una latosa disquisición respecto a que, como demócrata, debo votar, pero que no hallo candidatos versados, espontáneos, con hojas de vida que muestren acciones notables por grandes causas, dialogantes, rodeados de talento, resueltos a romper esquemas para cambiar la historia y que garanticen no utilizar su investidura para engañar, abultar sus bolsillos o hinchar su ego.

Fastidioso para el interlocutor seria oír que ni siquiera los programas de gobierno conocidos facilitan decidir, pues estos son funcionales, parecidos entre sí y no seminales u orientados al cambio (primer mentís electoral), que en las 16 elecciones regionales en las que participé perdí mis votos, pues siempre voté por el cambio y nunca nada cambió y cuando voté blanco nada pasó o que el 27 de octubre, quien pregunta y yo, votaremos por el cambio a sabiendas de que, elíjase a quien se elija, hacia finales del 2023 el Tolima estará igual o peor que hoy.

Pienso que nadie querrá repetir malas películas, malos libros o malas experiencias y por ello no entiendo por qué seguimos creyendo que “el capacho es la mazorca” y vemos normal la mala función de siempre: debates donde no se debate, frases cursis, eslóganes bobos, fotos posudas, publicidad engañosa, discursos refritos, pavoneos risibles, elogios serviles, chorros de dinero y hasta sombreritos y ponchos que para la ocasión resultan chistosos.

La inteligencia tolimense es inequívoca, pero cuando se trata de política nos cegamos y por ello una elección, que podría ser eclosión de ideas novedosas y serias, acaba siendo prosaica mascarada de codicias y mañas insanas que devastan la economía y la moral. La politiquería arruina, pero errado es culpar de ello al político, que hace lo que le enseñan y le dejan hacer, pues son otros (educadores, sociedad civil, gremios) quienes tienen el deber de restaurar la cultura política que el Tolima demanda para construir desarrollo. Recordemos a De Gaulle: “la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.

Pese a lo dicho no seré abstencionista, pues creo que esa inteligencia tolimense que exaltan casi siempre allende a nuestros límites geográficos puede emerger en la política y producir el milagro del quiebre histórico. Pero no votaré por tesis o banderas falsas, sólo por gente, si hallo, a mi juicio sensata, abierta y capaz de admitir que el caudillismo es malsano, que la construcción del futuro es colectiva y diversa o no es y que su función es liderar diálogos y acuerdos para alcanzar el progreso regional. Como no quiero botar mis votos no creeré en cuentos viejos, sólo en personas que, elegidas o no, prometan convocar a romper la inercia y construir la hoja de ruta para el Tolima. ¿Será que por ingenuo vuelvo a perder mis votos?

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