Resonancias del cacerolazo

Alberto Bejarano Ávila

Colombia ya no será la misma luego del 21N y los sucesivos cacerolazos. Aunque al histórico hecho llegaron líderes políticos y sociales, fue la independencia el hito convocante que pudo demostrar que “el pueblo es superior a sus dirigentes” (Gaitán) y que es posible alcanzar un positivo significado de lo dicho por Churchill: “cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece”. Colombia ha sido inmerecidamente gobernada porque el clientelismo, la compra de votos, la enorme abstención y las triquiñuelas permiten abusar del poder, pero el pueblo despierta y parece decidido a cambiar la historia forzando profundas reformas en materia de justicia social, modelo económico, modelo político, calidad ambiental y ética pública.

La gota que rebosó el vaso fue el paquetazo de Duque, que favorecía a minorías causando infelicidad de las mayorías o, lo mismo, su torpeza o desinterés en garantizar la equidad en el reparto el ingreso, hecho que amenaza desatar más impuestos injustos, abandono de los viejos y los jóvenes, exclusión de campesinos e indígenas, violencia contra los débiles y los líderes sociales, falta de oportunidades y tantas otras desgracias que, no solo Duque, todos sus antecesores y tutores ha propiciado o tolerado para hacer del nuestro uno de los países más desiguales del mundo, olvidando que, como canta Atahualpa Yupanqui: “hay un asunto en la tierra más importante que Dios y es que naidescupa sangre pa’ quiotro viva mejor”.

Colombia no será la misma luego del 21N, pero lo mismo no puede decirse del Tolima pues, en el mejor escenario triunfal de las luchas nacionales, se negociarán grandes acuerdos que aliviarán la vida a algunos paisanos y ofrecerán condiciones y oportunidades que ayudan a avanzar, pero ello no exime nuestro deber de reconstruir social, económica y políticamente al Tolima, tarea que atañe a los mismos tolimenses, desde luego apoyando la lucha nacional, pero también ideando estrategias aplicadas y forjando acuerdos intersectoriales que, desde la apertura mental y el respeto a las diferencias, nunca nos atrevimos o quisimos intentar.

Hasta hoy ha sido imposible que el tolimense acepte hablar, siquiera como ejercicio teórico, de espíritu autonómico, de gobernabilidad, del modelo económico a la medida de nuestros justos sueños, de identidad, de recursos naturales como base de prosperidad colectiva y del modelo político alejado del inmoral electoralismo que vandalizó al Tolima, no protestando sino abusando del poder. Defraudó que el primer diálogo post protesta de Duque fuera con los recién elegidos quienes, salvo dignas excepciones, son de “estirpe clientelista” y por ello serán más causa que solución de los grandes y graves problemas regionales y nacionales.

Apoyar la lucha nacional no significa olvidar la lucha regional, pues en la región los jóvenes deben hallar oportunidades para realizarse profesionalmente y para construir su bienestar personal y familiar sin perjuicio del bien común y esa construcción compete a los tolimenses mismos, pues ningún acuerdo nacional, así sea exitoso, logrará la prosperidad del Tolima.

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