Estadísticas y rankings, verdades y falsedades

Alberto Bejarano Ávila

No se pueden alimentar hambrientos con estadísticas”, dijo David George. Pero, diría uno, con estadísticas tampoco se pueden crear puestos de trabajo, elevar los salarios, pensionar dignamente a los adultos, educar a la juventud, frenar la violencia contra líderes sociales, detener y revertir el despojo de tierras, alcanzar la excelencia en servicios de salud, reparar daños ambientales, etc.

Desgraciadamente es verdad que las estadísticas pueden falsear y aderezar la percepción de la realidad y por ello se utilizan para enajenar a la opinión y eludir la obligación de construir un desarrollo que solucione problemas sociales en vez de crearlos.

El índice estadístico es referente para mirar cambios en variables específicas (generalmente sociales y económicas) y así saber si se avanza o se recula. En Colombia los índices sociales se maquillan para ocultar la injusta realidad y los económicos se sobrevaloran para mostrar crecimiento. El Tolima no genera grandes cifras, estas las provee el Dane y por ello en temas de desarrollo caminamos a ciegas y dándonos contra las paredes, pero eso sí, oyendo de los gobernantes maravillas de progreso que el atraso siempre desmiente.

Por muchas décadas el desempleo en Ibagué oscila entre el 12 y 15% y el subempleo gravita en el 50% y lo gracioso es que cuando esos índices disminuyen, los gobernantes alardean y cuando aumentan callan. Se dice que el PIB de Colombia crece alrededor del 3.3%, indicador engañabobos pues para avanzar, un país o región atrasada, tendrían que crecer de manera sostenida y por muchos años por encima del 7%. Igual ocurre con el índice de inflación, 3 o 4%, que muestra como gran logro en la defensa del poder adquisitivo de los trabajadores, cuando en verdad una mala política inflacionaria contrae la demanda y genera desempleo.

También se arguye con porcentajes que el crimen, en todas sus formas (homicidio, atraco, etc.) siempre disminuye y nunca crece, versión insostenible, pues si vemos el crimen en un plano cartesiano comprobaríamos que históricamente este siempre crece (ej. hace 20 años el “fleteo” era menor) y, además, es juicio ladino, pues un valor ético diría que dañar la vida, la dignidad y la tranquilidad, es injuria intrínsecamente absoluta y no fraccionable y por ello el quid del asunto para los ciudadanos sería una respuesta absoluta y no relativa: ¿el Estado protege o no protege su vida, su dignidad y su tranquilidad?

Lo dicho sería discutible si la cotidianidad no estuviera llena de índices y rankings (inversión, competitividad) que en la práctica son falsedades o juegos de balancín que nunca terminan, usados para mimetizar la torpeza frente a problemas como desempleo, inseguridad, etc., y no “semáforos” para vigilar dinámicas derivadas de estrategias y acuerdos inteligentes y de largo plazo que, justamente, el gobernante debería liderar, en lugar de armar tanta alharaca populista con pequeñeces. De estadísticas concretas del Tolima nada sabemos y saberlo es esencial para que la gestión del desarrollo pueda calificarse con cifras y juicios de valor.

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