Síndrome del lorito analítico

Imagino el tedio y el cansancio mental de cronistas y editores de noticias al tener que referir, cada mes, por años y por décadas, la fábula del percentil levemente pendular del desempleo en Ibagué, defecto no resuelto que se explica en el “mito de Sísifo”, que Camus revela como “metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre, o como idea del hombre absurdo que, con sensibilidad absurda, se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida”. Creo que ya cansa el reiterado cuento estadístico del desempleo y sus inútiles o endebles propuestas de solución y que es hora de que encarar las causas del subdesarrollo y asumir seriamente la construcción del desarrollo socioeconómico; no hay otra salida.

Hagamos un balance

Frente a los graves problemas del Tolima (incluido a Ibagué) o, digámoslo coloquialmente, mientras se nos derrumba el techo a pedazos sin que surja una corriente política realmente trasformadora que, valga decirlo, en la ya larga historia nunca conocimos y, como pintan las cosas, parece que muchos no conoceremos, por enésima vez se está reeditando el llamado sonajero electoral o mejor, “personajero”, que en verdad es un sainete mal llamado político sin visión territorial, económica y social, es decir sin ideas, planes, proyectos, y peor, incapaz de debatir sobre el futuro, pero saturado de elogios y retórica empalagosa, regresiva, trivial, y deprimente. ¿Alguien creerá honradamente que esa patética parodia y quienes la ejercen redimirían al Tolima o que representan algo nuevo bajo el sol tolimense? 

Posición política (II)

Reitero lo dicho en la primera parte respecto a que el pensamiento político tolimense debe tener enfoque bidimensional, pues, aunque divididos por líneas sutiles, los paradigmas para pensar al país distan de los paradigmas para pensar al Tolima y de ahí el enredo mental que nubla el fondo y la forma para construir desarrollo en el Tolima y, por ello, las circunstancias de tiempo y lugar deben orientar el proceder político. Así entonces, en teoría, porque en la realidad es “mineral raro”, el buen político debe ser excelso pedagogo del cómo edificar, de forma sostenible, un futuro moderno, próspero, justo y con calidad de vida para todos y por tanto los odios e intereses políticos nunca deben turbar la razón, pues así se causan rencillas y divisiones que nos retiene en un pasado ignominioso que nos aleja del futuro merecido.

Posición política (I)

Siendo 2023 año electoral creí oportuno exponer sucintamente mi posición política, no sin antes expresar que no tengo ninguna aspiración electoral y que no milito en ningún partido o grupo porque en el “mundillo político” del Tolima no observo siquiera mínimo interés en construir ideas para cambiar la realidad y por tanto el verdadero fin de la política tolimense, no son las ideas del cambio sino el interés personal como “razón vital” de sus protagonistas, quienes, por excesivo egocentrismo, padecen un obsesivo compulsivo trastorno electorero que les impide oír y conversar y de ahí que solo “pontifiquen” necedades y lugares comunes que, como loritos, repiten cada cuatro años y que en nada reconforta ese “lenguaje político” cada vez más decadente y extemporáneo que nos acostumbró a convivir con el atraso.

El día del juicio

Aunque los efectos del mal de la decadencia están extendidos por todo el Tolima y por tanto el remedio a tan avanzada dolencia merece tratamiento profundo e integral y no paliativos carentes de imaginación, carácter e ideas que solo la han agravado, hasta convertirla en casi que incurable, haré una pausa al criterio atrás expuesto para opinar sobre Ibagué, su capital.

Cómo no decepcionar (II)

Sin importar el adjetivo casual de pesimista o negativista a mi apreciación del prolongado y creciente deterioro de los índices de desarrollo y calidad de vida, creo que entre tolimenses tendría que existir tácito acuerdo respecto al fracaso de los políticos y la política en el Tolima (no vale argüir que igual en otras regiones). Difícil es mostrar aquí cada índice del desarrollo, pero reto a los rancios políticos a exponer, con cifras, las variaciones positivas en los últimos treinta años de los principales índices de crecimiento, ej., PIB y su contribución al nacional, ahorro e inversión interna y su efecto en nuestra industrialización y en la tasa de ocupación y empleo, exportaciones y su primacía en nuestra balanza comercial, acueductos, vías, aseo, medioambiente, seguridad y tantas otras variables evadidas en “subienda” electoral porque su insignificancia (la excepción confirmará la regla) será confesión de culpa para los políticos arcaicos y rarezas para los nuevos que, por emular a aquellos, empiezan avejentados.

Cómo no decepcionar (I)

Quien se cree vocero y gestor de cambio en el Tolima aún no comprende que está obligado a replantear sus paradigmas políticos.

Pensadores y activistas políticos

Por su honda pertinencia social, la honestidad es sin duda el valor intrínseco más preciado en política, pero irónicamente el más escaso y por ello en el imaginario popular los políticos y la política hoy son patético icono del deshonor. Ahora, desde la idea aristotélica que define al “hombre como animal político” por vivir sociedades organizadas políticamente y de cuyos asuntos opina y muchas veces participa, animado por el sueño de alcanzar el bien común y la felicidad de los ciudadanos, vemos que la honestidad no solo concierne al debido uso de los recursos naturales o monetarios sino también, y esto es crucial, a la honradez mental, virtud asimismo escasa a juzgar por la ligereza, la necedad y el arrebato ególatra y pasional con que se actúa en los distintos momentos políticos nacionales y regionales.

De pobrezas y utopías

Que el Tolima es región pobre es concepto relativo que debe ser escrutado para que, como generalidad, no siga usándose como argumento para hacer simple demagogia en el ajetreo electoral y otras ocasiones de la cotidianidad social y económica de la región.

Un pacto con el pacto

Aún no comprendo bien por qué, en política, se da un raro contubernio o insana convivencia entre la renuencia y la anuencia, es decir, por qué, a toda hora, en cada tertulia y de manera casi unánime, se oyen quejas, protestas, insatisfacciones, denuncias y hasta chistes crueles, contra esa clase política inepta, egocéntrica y de dudosa ética, que hizo, hace y permite que el Tolima sea territorio en regresión y sin esperanza y que luego, una vez surgen candidatos, aflore un tsunami de alabanzas, de méritos sofísticos y, claro está, que pulule el sambenito de que tal o cual candidato es el predestinado. Es como un patético ruedo de gallos capones que nos hace caer en el minúsculo politiqueo para que olvidemos que el destino promisorio del Tolima solo es posible con una política escrita con mayúscula para que sea constructiva, propositiva, incluyente, educativa, restauradora y ética.