Una iglesia medieval

En la edad media, el culto a las reliquias fue uno de los elementos centrales de la religiosidad popular, convirtiéndose en un fenómeno de grandes repercusiones, económicas, políticas y artísticas en una sociedad teocéntrica tutelada por la Iglesia.

En sentido estricto las reliquias son partes del cuerpo de un santo, que se cree que tienen una energía especial que les permite a los creyentes conseguir beneficios especiales, curarse de enfermedades o protegerse de fuerzas malignas.

Como los pedazos de cuerpos eran escasos, pronto se empezaron a atribuir los mismos poderes especiales a objetos usados por el santo, aunque se clasificaban como reliquias de segundo o tercer grado y menos poderosas.


En el oscurantismo medieval, la posesión de objetos con poderes mágicos se convirtió en una fuente de riqueza y poder político.


Por eso las reliquias llegaron a valer una fortuna, se construyeron catedrales y santuarios para adorarlas, las ciudades se peleaban el honor de tenerlas para atraer peregrinos y los papas dispensaban favores certificando la autenticidad de las reliquias.


Como fenómeno cultural, las reliquias motivaron hermosas expresiones artísticas en los relicarios que se construyeron para albergarlas.


Filacterios, ostensorios, figuras antropomorfas, crucifijos, altares o cofrecillos de oro, plata y toda clase de piedras preciosas, se pueden ver hoy en los tesoros de las grandes catedrales europeas como manifestaciones de esa sociedad que necesitaba de amuletos y fetiches para protegerse de fuerzas naturales que no era capaz de controlar.


Hay que decir que este fetichismo no es exclusivo de la Iglesia católica. El budismo, por ejemplo, venera tres dientes de Buda que supuestamente no fueron calcinados cuando fue cremado el cuerpo de Sidharta Gautama y en Sri Lanka está el fastuoso Templo del Diente de Buda, centro de peregrinación y culto.


Un negocio de esas magnitudes tenía que dar lugar a exageraciones y abusos que nada tenían que ver con el verdadero cristianismo. Se han inventado reliquias tan increíbles como los huesos de los tres reyes magos que se guardaban en la catedral del Colonia, o el frasquito con gotas de leche de la Virgen María.

Fue notoria en la Edad Media la disputa entre las 14 catedrales que tenían relicarios que decían contener el verdadero prepucio del Niño Jesús y las ciudades que no lo tenían acudieron a teólogos que argumentaban que todas eran falsas porque cuando Jesús subió al cielo se llevó todas las partes de su cuerpo. También son famosas las falsificaciones de los restos de la cruz de Cristo, tantas que Voltaire dijo que con ellas se podía hacer un bosque.

Después de que el Concilio Vaticano II le restó importancia al culto a las reliquias llamándolas "leyendas pías", los sectores más retardatarios de la Iglesia quieren ahora resucitar estas formas primitivas de fetichismo, promoviendo el culto y la veneración a unas gotas de sangre del difunto Juan Pablo II.


Es una forma equivocada de buscar atraer feligreses; es una regresión al pasado, con la nostalgia de volver a tener el poder y la influencia de la Iglesia en la Edad Media, olvidando que por ese poder la Iglesia traicionó el mensaje del Evangelio de Jesús.


No es casualidad que Lutero iniciara su rebelión contra la corrupción de la Iglesia medieval en el Palacio de Wittemberg, donde se guardaba una de las colecciones de reliquias más grandes de Europa y se daban indulgencias a quien las venerara.


Una de las 95 tesis que clavó en la puerta de esa iglesia decía: "Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias". Lo mismo aplica al culto a un frasquito con sangre.

Credito
MAURICIO CABRERA GALVIS

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