El negocio de la Guerra

Según las encuestas, el 60 por ciento de los colombianos apoyan el inicio de conversaciones del gobierno con la guerrilla para explorar un eventual proceso de paz que ponga fin a décadas de sangriento conflicto armado.

Se puede decir que la mayoría del país está cansada de tanta guerra y ve con esperanza que se empiece a abrir la puerta de la paz, aunque con escepticismo y cautela para que no se repitan frustraciones como la del Caguán.

Del otro lado de esta mayoría están los que se oponen a cualquier posibilidad de salida negociada al conflicto.

Algunos por razones ideológicas y políticas, pues rechazan de plano el diálogo con terroristas; esta sería una posición aceptable si no fuera un caso evidente de doble moral, pues muchos de los que hoy no aceptan negociar con guerrilleros promovieron los diálogos con los terroristas de las autodefensas, negociaron con ellos en Santa Fe de Ralito y aplaudieron la entrada triunfal de los terroristas paramilitares al Congreso.

Pero los más peligrosos enemigos ocultos de la paz son los que viven del lucrativo negocio de la guerra. Para identificarlos hay que seguir el rastro del dinero, pues hay que recordar que todos los desembolsos que hace el Estado en el creciente gasto militar son ingresos para alguien, que necesariamente se verían disminuidos si estalla la paz.

Es bien sabido que en el mundo entero la industria y el comercio de armas es uno de los negocios más oscuros y corruptos que mueve cerca de 100 mil millones de dólares al año: se promueven guerras entre países –como la invasión a Irak- solo para vender más armas; la contrapartida del ingreso ilegal de drogas a los Estados Unidos es la exportación legal de armas a los narcotraficantes; a pesar de las continuas masacres de civiles inocentes, el poderoso cabildeo de los productores de armas en ese país no permite que se ponga ninguna restricción a la venta de armas.

Por el contrario, cuando se superan los conflictos, los países ganan lo que se conoce como el “dividendo de la paz”, es decir la posibilidad de destinar menos recursos al gasto militar y más al gasto social y productivo.

Por ejemplo, cuando cayó el muro de Berlín y se desintegró la Unión Soviética, Estados Unidos pudo reducir su presupuesto en defensa; más cercano a nosotros, el nivel de desarrollo en Costa Rica y la calidad de vida de su población se explican en buena parte por ser el único país latinoamericano que no tiene ejército.

Colombia tiene el dudoso honor de ser el segundo país de la región que más ha invertido en gastos militares: De acuerdo con un informe de Unasur, han sido cerca de 22 mil millones de dólares en mejoras de armamento y sistemas de defensa, que es un siete por ciento más de lo que ha invertido Venezuela y superado solo por Brasil.

Las cifras del presupuesto nacional muestran también el enorme costo de la guerra. Para el 2013 se van a destinar $25.6 billones a actividades de seguridad y defensa, que equivalen al 19 por ciento del total de los gastos del Estado (sin servicio de la deuda) y, como viene ocurriendo desde el 2009, es un monto mayor que el que se destina a la educación de los colombianos.

Un dato sorprendente es que valen más las pensiones y asignaciones de retiro de los subsectores de defensa y policía que las pensiones de todos los maestros de Colombia.

Es enorme el “dividendo de la paz” que puede obtener Colombia si se acaba el conflicto interno, pero implica una igual pérdida de ingresos de los que viven del negocio la guerra. Por eso se oponen a la paz.

Credito
MAURICIO CABRERA GALVIS

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