Impuestos contra la desigualdad

Una de las grandes ausencias en los pocos debates de esta somnolienta campaña electoral es la discusión sobre la enorme desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza, y las correspondientes propuestas para disminuirla, a pesar de que este es uno de los grandes desafíos económicos y sociales de nuestra sociedad y del mundo actual, como lo han denunciado desde el Papa Francisco hasta el presidente Obama.

Para ser objetivo hay que reconocer que en lo poco que se conoce de los programas de los candidatos sí hay algunas referencias al problema, pero solo a la desigualdad en el ingreso (la de la riqueza ni se menciona), y el lugar común de insistir en la educación como el mejor camino para reducirla. Lo que no dicen es que, si bien las mejoras en la educación son urgentes, su impacto sobre la redistribución del ingreso solo se verá, en el mejor de los casos, dentro de una o dos generaciones.

En el discurso del presidente Santos sí aparecen algunas propuestas enfocadas a la redistribución de la riqueza, como el aumento del número de colombianos con casa propia (aunque es equivocado dar vivienda totalmente gratis) y sobre todo las políticas de víctimas y restitución de las tierras usurpadas por narcos paramilitares.

Un debate interesante entre los candidatos sería conocer su opiniones frente a propuestas como las planteadas por Piketty en su libro “Capital in the Twenty-first century”: impuestos confiscatorios a los más altos ingresos, impuestos progresivos a la renta y al patrimonio e impuestos a las herencias.

Respecto de los altos ingresos, después de la II Guerra Mundial en Estados Unidos e Inglaterra se establecieron tasas impositivas hasta del 90 por ciento, mientras que en Alemania y Francia llegaron a niveles del 70 por ciento y 80 por ciento.

Con los gobiernos ultra conservadores de Tatcher y Reagan en los dos primeros países las tasas se redujeron al 40 por ciento, con el pretexto de estimular el crecimiento económico; en los otros dos también se redujeron pero solo hasta el 50 por ciento, y en ninguno se logró ritmos de crecimiento esperados.

Credito
MAURICIO CABRERA

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