¿Negociación o rendición?

Mauricio Cabrera Galvis

 

Es un error calificar como enemigos de la paz a todos los que se oponen a los diálogos entre el Gobierno y la guerrilla. Si bien unos cuantos se lucran del negocio de la guerra y recurren a toda forma de lucha para que continúe, no hay duda de que la mayoría de los colombianos anhela la paz. El gran debate que tiene polarizado al país está en el camino para lograrla.

Hay dos posiciones opuestas. Para el gobierno, y la mayor parte de la opinión pública, el camino es negociar con el adversario para lograr que deje las armas y renuncie a la violencia como medio para sus objetivos políticos. Como en toda negociación hay que ceder algo y tragarse unos cuantos sapos, pero no es ingenuidad porque se reconoce que el resultado del proceso depende de que se mantenga la presión militar sobre la guerrilla.

Para la oposición el camino es el sometimiento y la rendición del enemigo: que entreguen las armas, se rindan y acepten los castigos que se les imponen por haberse rebelado contra los ganadores. En este camino no hay negociación ni se cede ni un ápice a las pretensiones de la guerrilla; es la venganza y la imposición de las condiciones del vencedor sobre el vencido. Muchas de las propuestas de personas como el Procurador o el expresidente que compró su reelección lo que buscan es transformar las negociaciones de la Habana en un proceso de rendición de la guerrilla.

Detrás de estas dos posturas hay dos visiones de la guerrilla como enemigo. Para los primeros son personas que tienen sus motivos y razones para luchar -así sean equivocados y no se compartan-, y con los que será necesario convivir cuando termine la guerra resolviendo las diferencias por las vías democráticas y no por las armas. Para los segundos, son terroristas que en lo posible deben ser exterminados, o por lo menos castigados severamente y sin perspectiva de reintegrarse a la política ni a la sociedad.

Más allá de las razones religiosas que exhortan por el perdón y la reconciliación -y que deberían ser suficientes para esos que se dicen cristianos pero en la práctica rechazan el mensaje de Jesús el Cristo-, la historia ofrece razones muy poderosas para concluir que reconocer la dignidad del enemigo y negociar con él es la mejor alternativa -y la única- para alcanzar la paz en Colombia.

La primera es que a pesar de que en 2002 se eligió un presidente por su promesa de acabar con la guerrilla en cuatro años, han pasado ya 14 años y ha sido imposible derrotarla. Hoy la guerrilla está debilitada y no es una amenaza para el Estado, pero mantiene su capacidad de hacer daño y su presencia en parte del territorio nacional; la seguirá manteniendo mientras subsista el conflicto social y tenga los ingresos del narcotráfico.

Otra razón es que, salvo que se extermine al enemigo, el sometimiento y la humillación de los vencidos nunca ha sido garantía de paz duradera, sino la semilla de nuevas guerras. Al final de la I Guerra Mundial, el Tratado de Versalles fue la venganza de los vencedores que impusieron duras condiciones a los alemanes derrotados, que fueron el caldo de cultivo para Hitler, el nazismo y los horrores de la II Guerra. Cuando esta terminó, los vencedores perdonaron y ayudaron a los alemanes vencidos a convertirse en la gran potencia de hoy. ¿Cuál experiencia queremos repetir?

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