La crisis de los Sitm

Mauricio Cabrera Galvis

Uno de los retos más grandes que enfrentarán los nuevos alcaldes de las grandes ciudades, tal vez con excepción de Medellín, es la crisis de los Sistemas Integrados de Transporte Masivo (Sitm), el modelo de transporte urbano de pasajeros que se empezó a implementar desde hace más de una década en Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Cali, Cartagena y Medellín.

Los Sitm se concibieron como la alternativa para reemplazar el caos del transporte público en las ciudades, con esquemas de carriles exclusivos y rutas alimentadoras que ofrecieran un servicio de transporte eficiente y sostenible.

El Gobierno nacional y los municipios se comprometieron a aportar multimillonarios recursos para la construcción de la infraestructura de carriles y estaciones, y los empresarios privados, ilusionados con la exitosa experiencia inicial de Transmilenio, se endeudaron para adquirir las flotas de buses articulados y padrones que transportarían millones de pasajeros y les dejarían pingües ganancias.

Las expectativas de ingresos no se cumplieron y los Sitm están en dificultades financieras, que son de los operadores privados, pero que amenazan las finanzas municipales.

La causa de la crisis es clara: los pasajeros no se subieron a los nuevos buses. En Bucaramanga se esperaban 600 mil diarios, pero no se ha pasado de 200 mil, y así en todas las demás, salvo Medellín.

El menor número de pasajeros se debe en parte a que ha sido muy difícil sacar de circulación los buses tradicionales, de manera que le siguen haciendo competencia a los Sitm. Pero el problema es más de fondo, porque en todo el país está disminuyendo el número de pasajeros que se moviliza en transporte público.

Es un círculo vicioso: ante la falta de calidad y frecuencia de los buses del Sitm la gente busca otros medios de movilización, sobre todo motos y transportadores piratas; y como los operadores de los buses no tienen los ingresos suficientes, no pueden aumentar las frecuencias ni mejorar la calidad del servicio.

Para romper este círculo, los operadores privados tienen que ofrecer un servicio eficiente y rápido. Por su lado, los alcaldes tienen que controlar a los piratas; además, no deben incentivar el uso de las motos permitiendo el parrillero hombre, sino, por el contrario, establecerles las mismas restricciones que tienen los carros particulares con el pico y placa.

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