No es mi presidente

Mauricio Cabrera Galvis

macabrera99@hotmail.com

Por primera vez en la historia de Estados Unidos se dio una manifestación popular contra la elección de un presidente y miles de personas se tomaron las calles en 25 ciudades para protestar contra Trump gritando “No es mi presidente”. No es que esos manifestantes desconozcan los resultados de las elecciones, o digan que hubo fraude –como había dicho Trump que iba a hacerlo si perdía- sino que no se sienten representados en las ideas y las políticas del magnate electo y piensan que una persona con su comportamiento tramposo, machista y racista no es digna de ser presidente.

Además, saben que la mayoría del pueblo norteamericano apoyó a Hillary quien obtuvo 500 mil votos más que Trump, pero por las complejas reglas del sistema electoral gringo lo que importa es el número de estados donde gane un candidato y así por segunda vez en este siglo el candidato ganador del voto popular resultó perdedor en las elecciones.

Pero las reglas de la democracia son claras y hay que aceptarlas aun en la derrota. Por eso Hillary reconoció que Trump será el nuevo presidente y llamó a sus seguidores a apoyarlo. También Obama, a pesar de haber dicho unos días antes que Trump no era apto para ser presidente ni para controlar el botón nuclear, aceptó que había sido elegido para dirigir el país y le ofreció su colaboración porque, le dijo, “si usted tiene éxito, todo el país tendrá éxito”.

Sin embargo, lo que queda de este proceso electoral, y que se manifiesta en las calles, en las redes sociales y en los medios de comunicación, es un país profundamente dividido. Se continua profundizando la tradicional divergencia entre los estados del centro y sur de Estados Unidos –que desde hace años vota por el partido republicano- y los de las dos costas que prefieren a los demócratas, hasta el punto que en California toma impulso un movimiento separacionista que quiere conformar su propio país. La división ya no es solo entre estados liberales y conservadores, sino que se da muy fuerte entre las ciudades y el campo y los suburbios al interior de los mismos estados. Trump perdió en todas las ciudades de más de un millón de habitantes, inclusive en aquellos estados donde ganó, y obtuvo la mayoría de sus votos en los pueblos y las áreas rurales de casi todo el país.

Las diferencias geográficas reflejan una división más profunda entre razas y religiones y clases sociales porque en los pueblos y áreas rurales predominan los trabajadores blancos, sin educación universitaria y de las muchas iglesias protestantes, mientras que en las ciudades es mayor la diversidad racial y cultural, así como la proporción de gente con mayor nivel de educación.

Además, ese grupo de trabajadores blancos es el que más ha sufrido las consecuencias de las políticas conservadoras y pro ricos de los republicanos y de la pésima distribución de los efectos de la globalización. El gran éxito de Trump fue que logró convencerlos de que un millonario como él, con el apoyo de los mismos republicanos que los empobrecieron sería la solución a sus problemas.

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