La bellaquería de nuestros tiempos

José Javier Capera Figueroa

Al momento de escribir esta nota sobre los males de nuestros tiempos, llegó de repente una de las sabias reflexiones de uno de los mejores escritores de la región, William Ospina: “La historia, que algunos ven como un ineluctable avance hacia mejor, como un relato de mejoramiento y progreso, ha sido a menudo una cadena de atrocidades, aquí y allá contrariada por algunos destellos de nobleza, de inteligencia y de gracia” y tiene mucha razón cuando miramos lentamente los grandes problemas que se viven en la tierra de Macondo.

Empecemos con la desgracia que vivimos constantemente, y los medios de comunicación han hecho que el ciudadano de abajo la asuma como una fatalidad. Resulta ser la lucha política de las élites colombianas. Por un lado, el bando del santismo y por otro el uribismo, un fenómeno coyuntural que ha tomado fuerza al punto de fragmentar los diarios, espacios, discusiones y asuntos internos en las instituciones.

Un claro ejemplo lo encontramos en las siguientes situaciones: la privatización del río Magdalena. Los primeros concesionan, los segundos ejecutan y los terceros, es decir los ciudadanos más excluidos, asumen las consecuencias: los daños ambientales, la pérdida de las tradiciones, el conflicto de intereses y el choque abismal frente a las comunidades rivereñas. Igualmente, el caso de Reficar, que sería la primera refinería con más sobrecostos de la historia, curiosamente ha sido la única donde el Gobierno reconoce los errores, pero al interior de la empresa continúan los desfalcos de corrupción y los pésimos manejos administrativos. Véase: http://www.elespectador.com/noticias/economia/reficar-el-desfalco-del-siglo-articulo-669285

Sin embargo, la bellaquería de nuestros tiempos continúa con la famosa aparición de Odebrecht. Un caso muy particular, en el que el Gobierno presta cifras millonarias a particulares y empresas privadas. Teniendo como referencia que es un préstamo con intereses bajo de lo normal, mientras que a los campesinos, a las pequeñas empresas agrícolas y los pequeños productores los créditos resultan ser altos, la ejecución es tardía, pero el cobro es oportuno. Algo muy común de las instituciones en Colombia recompensar a los bandidos de corbata y perjudicar a las clases más desfavorecidas. Esto nos permite pensar por qué el campesinado del país vive en medio de la incertidumbre si no es el ambiente, son los bancos, y si pareciera poco, la misma clase política que lo ha utilizado como un instrumento al servicio de la corrupción.

En efecto, uno de los grandes problemas de las sociedades latinoamericanas es la corrupción. La realidad colombiana no se aleja de esta situación: sucede en las universidades, las fuerzas militares, los bancos, las organizaciones civiles, entre otros. Lo paradójico del asunto es que mientras el Gobierno vocifera una “paz estable y duradera”, a algunas zonas veredales no han llegado los recursos, ni la instalación de los cambuches y si pareciera poco, los anillos de seguridad son frágiles, esto demuestra la falta de compromiso y seriedad en un momento tan frágil que vivimos. Véase: http://www.elnuevodia.com.co/nuevodia/multimedia/videos/video-301387-embarrada-del-gobierno-en-el-oso

Por supuesto, es necesario seguir pensando en la modernización de nuestras instituciones, el combate sobre la corrupción, los procesos comunitarios y el quiebre de la cultura política elitista que tanto han impregnado la cotidianidad. Se nos ha hecho común ver un Uribe, Santos, Pastrana, Gaviria o Samper, entre otros, haciendo de las mismas y de diferentes formas, pero con grandes daños. Y lo más complejo es saber que gran parte de la sociedad colombiana se acostumbra a vivir en medio de estos problemas.

En conclusión, la discusión continúa en seguir dejando que nos contaminen los ríos con el cianuro, nos sigan metiendo cuentos inauditos sobre las bondades de la minería, y si fuera poco persista la privatización de nuestros ríos, selvas y ecosistemas. Hasta donde ha llegado nuestra época, una marcada por la bellaquería de un tipo de élite corrupta y criolla, esos mismos que nos impusieron la guerra, y ahora se atreven a mentirnos sobre la paz. Sería justo resaltar este bello fragmento “hasta que muera la esperanza, nos daremos cuenta que es muy tarde para seguir creyendo en lo que realmente era justo”.

1 José Javier Capera Figueroa es Politólogo de la Universidad del Tolima (Colombia), Analista político y columnista del Periódico el Nuevo Día (Colombia) y del portal de ciencias sociales rebelión.org (España). 

caperafigueroa@gmail.com

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