La tierra, entre indígenas y campesinos

José Javier Capera Figueroa

La larga historia colonial que carga la idiosincrasia de nuestros pueblos (América Latina, Asia, África y el Sur de Europa) no se puede dejar pasar. El fuerte peso que colgamos desde el camino de las herraduras hasta el impacto en el canal de Suez, conllevó a una profunda división que algunos teóricos como Immanuel Wallerstein han denominado en sus textos la lógica del sistema – mundo capitalista, donde se configuró las formas de explotación, dominación y colonialismo modernas, usadas entre los Estados – nacionales frente a las periferias.

Un proyecto que hacia 1840 en Colombia tenía gran aceptación por las élites dueñas de los territorios, por supuesto las mismas que se hicieron cargo de las instituciones coloniales (mina, mita, hacienda, comarca) generando relaciones de patronazgo, jornalerismo y comercialización de esclavos. Este fenómeno que lleva más de dos siglos no para de tomar forma, aunque en el fondo es el mismo problema de siempre “la bendita tierra”.

Bien lo narra William Ospina en novelas como: “el país de la canela”, “pa`que se acabe la vaina”, “el dibujo secreto de América Latina” entre otros. Todas dan pistas desde la narrativa – histórica de ese legado colonial que lleva nuestra cultural en términos políticos, las relaciones entre las familias (patriarcales), y si fuera poco los juegos de poder, que esos mismos de arriba comenten contra los de abajo.

En efecto, actores sociales/políticos como son los indígenas y campesinos han vivido el mismo panorama de explotación a gran escala, pero desde distintas esferas. Empecemos por señalar que la violencia ha sido un instrumento utilizado por los grupos políticos contra los de abajo. Un ejemplo de este asunto, fue la extensa región que constituirá el Eje Cafetero colombiano, sería el espacio en disputa entre los colonos y los hacendados por imponer un proyecto donde el café, la explotación del oro y la construcción de haciendas eran el objetivo político de la época.

Posteriormente, la mentalidad del colonizador tomaría fuerza cuando hicieron uso de las instituciones (iglesia, familia, estado), llevando a cabo todo un proceso de apropiación – indebida de tierras, educación conservadora para las familias, la construcción de un imaginario de inferioridad. Era evidente la condición de oprimidos que vivieron los indígenas, negros y campesinos en aquel entonces, donde era más factible tener un gramo de oro, de canela para lograr incidir en los asuntos políticos de aquellos tiempos.

En estos momentos, estamos presenciando un fenómeno más complejo indígenas y campesinos luchando por la apropiación de las tierras, y la configuración de un pensamiento sobre y para el territorio. La semana pasada la Corte Constitucional emitió una sentencia que pone en jaque parte del problema de la distribución “equitativa” de la tierra en el país, teniendo como referencia la improductividad de la misma, debido a los latifundios y minifundios que son propiedad privada de familias, grupos y sectores políticos hegemónicos en las regiones. Véase: http://lasillavacia.com/historia/la-corte-zanja-la-pelea-por-la-tierra-entre-indigenas-y-campesinos-60562

Este panorama ha generado grandes divisiones entre estos sectores oprimidos (indígena, afro, campesino). Lo que muestra la poca visión de un proyecto alterno por parte del Gobierno nacional. La lógica política de este gobierno de mano de las élites, grupos políticos y familias aristocráticas ha sido el uso y desuso de indígenas y campesinos en su proyecto colonial, expansivo y colonizador (el conflicto armado).

Bien sabemos lo que sucedió en la época del gobierno de Uribe I-II, que financió grupos de seguridad privada en toda la región de Antioquia esos que tenían como finalidad ofrecer “seguridad” para las tierras de los hacendados en dicha región, lo paradójico de este asunto, es que sin pensarlo tomaría fuerza en zonas como el Caribe, el Pacífico, la Amazonia entre otras, y sin dejar a un lado las secuelas que miles de familias les ha tocado vivir.

En últimas, la disputa por la tierra que viven en estos momentos indígenas y campesinos debe ser un tema central para el “post- acuerdo” que presencia la realidad política colombiana.

No debemos pensar por aislado los temas de interés nacionales, es decir, aunque se intente dar por culminado el silencio de los fusiles. Todavía estamos inmersos en fenómenos profundos que merecen ser tocados/reflexionados/ analizados desde los acuerdos de paz en las regiones. Debemos reconocer que el centralismo político – capitalino no debe continuar con su idea colonial de llevar la paz a esas zonas, por el contrario, es el espacio para que las regiones desde sus actores pensando de adentro para afuera logremos construir una paz estable, duradera, necesaria y justa para la tierra de macondo.

Post-scriptum: La política reformista del rector de la Universidad del Tolima sigue tomando fuerza al interior de la institución. Pareciera que cierta parte de los “huelguistas”, profesores, estudiantes y funcionarios están asumiendo un estado de pasividad. Desde cuando el silencio bastante parecido a la estupidez de ASPU- UT, parafraseando al Maestro Eduardo Galeano, le ha llegado a la cima de la cabeza, hace mucho que ciertos sindicados han perdido su razón de ser y pasado a convertirse en estructuras burocráticas/ clientelares de la respectiva administración de turno. Nos queda claro la posición de “izquierda” que tienen en estos momentos la organización sindical de la Universidad del Tolima - ¡carajo! Respeto por la comunidad académica y estudiantil que exigimos una universidad diferente al servicio de los sectores más oprimidos de nuestra época.

caperafigueroa@gmail.com

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