Tumaco la perla del olvido

José Javier Capera Figueroa

La tierra del olvido, la de nadie y aunque muchos nos resignamos a creer que sea un territorio condenado a la estirpe de 100 años de soledad, violencia y pobreza es la realidad social que atraviesa Tumaco la perla del olvido, esa que por más de medio siglo se diputa por la defensa de la vida entre el narcotráfico, los grupos al margen de la ley y el abandono estatal, tres grandes males que han marcado la historia de este humilde puerto cada vez más olvidado por los grupos dominante del país.

En la tierra de Macondo son muy pocos los lugares que deben enfrentar el posacuerdo de manera directa y propositivo debido a la magnitud de los problemas estructurales que afectan la cotidianidad de las comunidades en estas zonas. Una muestra de esta situación resulta ser zonas como Buenaventura, San Vicente del Caguán, Chaparral, Bojayá y Tumaco entre otros, sin dejar a un lado toda Colombia que carga con la responsabilidad de dar un giro radical a la historia de la violencia y el peso del conflicto armado que lleva más de medio siglo y, sin lugar a dudas, ha marcado la vida de las familias oprimidas en los territorios.

Tumaco está ubicada al sur de Nariño es un puerto lleno de oportunidades con presencia de comunidades negras, las cuales llevan en su interior particularidades históricas, políticas, culturales y sociales. Sin embargo, en la actualidad conviven con el velo de ser el municipio con más cultivos de coca, una zona estratégica para el negocio del narcotráfico y la violencia interna entre grupos paramilitares y bandas criminales, razones que han llevado a la división por el control del territorio, el manejo de los negocios y la imposición de un terror generalizado sobre las familias más pobres de esta parte del Pacífico colombiano.

En efecto, el desempleo es casi absoluto y por lo mínimo 100.000 jóvenes están en el diario vivir del rebusque y la mentalidad de ganarse la vida como toque, es decir, entre ejercer o padecer la violencia. A este panorama se suma la debilidad de las instituciones y el mal de todos los días la corrupción, aquí la fuerza pública pareciera no tener voz ni presencia, pero sí la capacidad de enfrentar a los campesinos en medio de la movilización pacífica por exigirle al Gobierno nacional garantías frente a la política de cultivos ilícitos y la importancia de reconocer a los “cocaleros” como actores fundamentales en el posconflicto.

La corrupción es otro de los males endémicos de esta ciudad, aquí la esperanza de un cambio y una praxis transformativa se esfuma en medio de la necesidad de tener un Estado fuerte, una economía legal y el fomento de actividades productivas coherentes con las condiciones reales del municipio, pero en función de construir la paz territorial un sueño de larga data. La situación que vive Tumaco no está por fuera del panorama nacional, acá el narco mueve y/o controla la existencia de las zonas vulnerables, auspicia las cadenas de cultivos, masacres, desapariciones, comercialización y consumo de la cocaína e impone una estructura de laboratorios, seguridad y control sobre el territorio pasando por encima de lo que cueste y de quien sea necesario.

Para nadie es raro reconocer que el narcotráfico pasó a ser la actividad económica de carácter ilegal que tiene presencia hegemónica en Tumaco. Ha llegado al punto de ocupar espacios donde los jóvenes y las familias de las veredas reconocen la necesidad de superar esta situación, pero no desconocen que gran parte de la juventud deambula sin un oficio digno para ganarse la vida, una razón de peso que facilita su incorporación al mundo de la narco-violencia.  A esto se le suma, el microtráfico en los barrios, la presencia de sicarios a sueldo o la profesión de ser lanchero para transportar la droga a costas de Centroamérica y México una de las principales rutas para alimentar los países consumidores, en especial el de mayor tradición los Estados Unidos.   

Ahora presenciamos otro genocidio de Estado sucedido en “la perla del olvido” dada la muerte de seis humildes campesinos que viven en medio de cultivo de coca, y ahora pasaron a ser considerados como cocaleros, es decir, una profesión indigna para las élites y los grupos políticos tradicionales del país, pero qué se puede esperar de un gobierno clasicista, mafioso y discriminador como el colombiano, uno que aunque firmó un acuerdo de paz con la guerrilla más antigua del continente las Farc y haya llegado a un cese temporal con el Eln, todavía le queda mucho por cumplir y sobre todo por ir aclarando entre ello la política de cultivos ilícitos en los territorios víctimas del conflicto armado, si es que, seriamente estamos pensando en construir una paz desde abajo y con las comunidades. 

En últimas, el proceso de paz ha alivianado la violencia en muchas zonas, no se puede descartar este panorama, mientras que en Tumaco está ocurriendo lo contrario, siguen creciendo los homicidios y ha pasado a ser una zona estratégica para que las bandas hagan presencia en los barrios y veredas donde las Farc ejercían autoridad y control social, que paradojas suceden en la tierra de macondo mientras intentamos pacificar el conflicto con unos, otros van copando los espacios que las instituciones civiles y militares no ha logrado ingresar de forma estructural. Aunque el gobierno sigue con la lógica clásica de los tiempos de guerra:

1) remilitarizar la zona;

2) crear la figura de objetos de tratamiento especial para combatir el crimen organizado;

y 3) implementar un plan piloto por medio de grupos “elites” de inteligencia y contrainteligencia para así intentar erradicar los principales focos de violencia entre otras acciones, sencillamente paños de agua tibia para la situación de fondo. 

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