¿Un Camad es como una olla?

Federico Cárdenas Jiménez

Prudente y asertivo me pareció el testimonio que dio a una cadena radial nacional el experto en seguridad Hugo Acero, en relación con los Centros de Atención Médica para Adictos (Camad) que se instauraron tanto en la calle del Bronx, localidad de Los Mártires, en Bogotá, como en Ciudad Bolívar y Kennedy, también sectores capitalinos: “Estando de acuerdo con los centros, eso no es suficiente para resolver todos los problemas que hay en el Bronx, por ejemplo. Allí se requiere de un trabajo integral que debe involucrar a la Policía, a Bienestar Social e inclusive a todo el proceso de renovación urbana”.

A esto me refería cuando en la columna pasada hice pública parte de una respuesta que remití a un lector respecto de su pregunta ¿un Camad es como una especie de olla?

Al final del artículo hice alusión a que “… las ollas, aparte de lugares de consumo, expresan las ausencias de la sociedad y del sistema como tal. Una olla es una “estación” en el camino de las drogas. Quien llega allí se supone que viene de un proceso que bien podría llamarse de degradación, que el Estado conocía, que ha debido atender a tiempo y que no lo hizo o lo hizo mal. Pero no sólo esto, las ollas dejan entrever un tipo de mirada sobre el fenómeno de las drogas que evoluciona en la figura de los Camad o Centros de Atención Médica para Adictos a las Drogas y que constituye la parte más interesante de la actual polémica sobre esta iniciativa”.

Al decir evolución me refiero a que un Camad no es sólo una unidad móvil de atención asistencial, sino que constituye un viraje en la concepción del fenómeno de las drogas en Colombia. Hace poco perdió la vida un patrullero de la policía en medio de un operativo antidroga en el Bronx. Él es sólo uno de tantos que lo han hecho en todos estos años de lucha estéril y es una manifestación de lo poco eficaz que ha sido la política antidroga en el país, considerando también los incrementos en el consumo y en el tráfico.

Un Camad implica para la sociedad el aceptar que convive con un problema mayúsculo que permeó todas las capas sociales y para el que no se ha identificado “poder humano” que lo logre controlar, razón por la cual, mirarlo de frente y reconocerlo como una de las tantas ausencias heredadas de la burocracia, de la corrupción y de la falta de educación de nuestros pueblos, representa una evolución en la mirada sobre el fenómeno de las drogas y que -como lo mencioné antes- constituye la parte más interesante de la actual polémica sobre la iniciativa de los Camad.

El alcalde Gustavo Petro ha dicho que con los Camad se va a atender a los adictos a la droga y que éstos no deben considerarse como delincuentes, sino como ciudadanos sujetos de derechos. En medio de toda esta coyuntura, el testimonio de Petro y su propuesta de intervención representan para mí un paso adelante en la comprensión del fenómeno en cuanto que un consumidor en estado de dependencia orgánica y psicológica, habitante de la calle o no, es un ser humano que conforma y da sentido, con los demás, a la idea de sociedad y a la idea de estado de derecho y que, mientras estuvo este ciudadano en condiciones de riesgo, no tuvo un aparato estatal con capacidad de reacción para atender a tiempo su situación social, familiar, personal, laboral y por lo tanto, este ciudadano entró en un estado de vulnerabilidad del que, por sus propios medios, le fue imposible salir.

Aunque es muy complejo el tema, hay que diferenciar de entrada que no todo consumidor es un adicto ni todo adicto un enfermo, menos un delincuente, mas todos hacen parte de un negocio que tiene muy claras cuáles son las debilidades del Estado y para el que cada una de ellas es una oportunidad de crecimiento y expansión.

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