Coca-cocaína, del límite a lo ilimitado

Federico Cárdenas Jiménez

Para todos los que en medio de tanta confusión sobre el tema, nos preguntamos cuál debe ser la mirada que hay que tener sobre el fenómeno de las drogas o cómo hay que entenderlo, me parece pertinente tomar como referencia la relación que hay entre las palabras coca y cocaína, porque aparentemente son la misma cosa, pero en realidad cada una hace referencia a mundos completamente diferentes y que hablan mucho de cómo entendemos, protagonizamos, abordamos e imaginamos el mundo de las drogas.

Primero hay que decir que la coca es una planta de la que se extrae la base para la producción de cocaína, ésta última todo un símbolo del negocio del narcotráfico. La planta de la coca ha sido utilizada de manera tradicional por las comunidades indígenas desde tiempos pretéritos. Su uso en estas comunidades ha sido “social”, no “individual”, es decir, su consumo ha sido mediado por las tradiciones que en este caso han actuado como todo un mecanismo de regulación en el que la experiencia del consumo tiene un sentido comunitario, un sentido moral e incluso, identitario: su uso ha sido aceptado, promovido, enseñado e integrado a sus sociedades. La coca en este contexto se ha consumido en pleno ejercicio de la libertad, pero es una libertad que no se ostenta como estandarte individual, sino que se otorga por el grupo al que se pertenece y que es recibida honrosamente: el grupo la reconoce, le da una orientación hacia la vida en comunidad y en esta medida la libertad es contenida dentro de un límite, la experiencia misma, que es matizada por el conocimiento y el consenso acerca de su utilidad e importancia para la reivindicación del grupo, así que por más que la vivencia sea estimulante o depresora o visionaria, siempre tendrá un retorno a la experiencia de la comunidad.

Cuando se debilitan estos mecanismos de regulación tradicional, el consumo comienza a vislumbrarse desde el abuso, porque hay un desplazamiento de la experiencia de las drogas vivida en comunidad hacia la experiencia vivida y ostentada en la individualidad, es decir, el ejercicio de la libertad pero en versión moderna: la modernidad abrió un espacio en el que el hombre se afirmó como libre pero concomitantemente los marcos de referencia (tradiciones) y las creencias perdieron legitimación y comenzó una exploración de nuevas identificaciones caracterizada por el desconocimiento de lo que se explora y por la ausencia de consenso acerca de la utilidad e importancia de estas experiencias; hay un cambio entonces de sensibilidad derivado del replanteamiento de los marcos de referencia en el que las drogas, mediadas por el sistema capitalista (la sociedad de consumo), pierden su valor espiritual, ritual, social, moral, para ser consideradas como un portal de exploraciones diversas hacia lo ilimitado y como mercancía que adquiere un valor de cambio: la cocaína. El abuso se entiende entonces como la salida del marco social, del sentido de grupo, de la identidad como comunidad.

El tema es extenso y el espacio, poco. Por ahora quiero decir que en la medida en que hablemos sobre las drogas de manera desprevenida, sin radicalismos, ganaremos consenso sobre lo que es el fenómeno, sobre lo que lo compone, lo que implica, lo que probablemente se necesite para conocerlo más, para abordarlo desde la prevención y eso quiere decir que habrá un conocimiento común a todos y que servirá como referencia para las experiencias de quienes buscan lo ilimitado.

federic.cj@gmail.com

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