Hay momentos en los que el ser del hombre y el ser del universo se encuentran

Federico Cárdenas Jiménez

Recuerdo una oportunidad en la que hablé con un músico de “la vieja guardia” en Manizales, luego de un ensayo al que fui invitado, sobre la relación existente entre música y consumo de drogas, sociedad que entre otras cosas, está bien marcada en el imaginario colectivo.

Existe el músico que se deja llevar por la gran ola de la tendencia, de la moda, del imaginario y sigue la corriente que lo lleva y entonces se le ve estereotipado en todo su proceso y cae en formatos y se le ve en correspondencia con ese imaginario prejuicioso; y, está el músico para quien es suficiente la luz que le brinda su arte y encuentra en él, el canal perfecto para explorarse, proyectarse y expresarse. La relación música y consumo de drogas es un cliché y no es cierto para nada que una y otra se necesitan, lo que pasa es que lamentablemente la proporción de artistas estereotipados es mayor. Reflexión con la que concluimos aquella conversación.

Se nos volvió costumbre recurrir a cuestiones externas para definirnos, para expresarnos, explorarnos y proyectarnos. Es ligero pensar que para una búsqueda interior es necesario un elemento externo como la droga, mucho más si se trata de una persona ajena al contexto cultural ancestral-tradicional que tienen por ejemplo las comunidades indígenas, para quienes la mirada sobre el tema es opuesta a la del consumo recreativo y de quienes tenemos todavía mucho que aprender al respecto.

Octavio Paz pensaba que hay momentos en los que el que el ser del hombre y el ser del universo se encuentran, pero que estos encuentros no tienen que estar ligados a un fenómeno químico (como efecto de las drogas, para el caso) -acción que él tampoco descalificaba pues la asumía como una aspiración natural del ser humano a lo absoluto-; Paz estaba convencido que las visiones ofrecidas por la droga no son parte de la sustancia que se consume, sino que son parte de la persona que la consume, es decir, que las drogas son sólo una careta que nos permite sumergirnos en las profundidades del ser, del mismo modo como lo hace la poesía a la que entendía como un instrumento para acceder a lo sagrado.

Y su definición de poema ilustra este pensamiento: “el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”.

Definitivamente hay una comunión consigo mismo que es más auténtica, más profunda y más fuerte y va a contracorriente de los estereotipos y las tendencias. Por eso me llamó tanto la atención el pensamiento de los indígenas Tubú, del Vaupés, sobre quienes escribí no hace mucho y de los cuales recibí grandes lecciones: cuando una persona consume marihuana por placer está irrespetando el sentido más profundo de la planta y está subordinándose a una pasión. El mareo es lo que se busca como efecto trascendente y no hay una estructura de sentido que le permita a la persona decodificar o tan sólo apreciar que está frente a una codificación de lo sagrado.

Ni qué decir de consumos como el del yagé, una planta visionaria y maestra que ya está siendo embotellada y vendida como aguardiente en las tiendas del Perú y cuya práctica se identifica hoy día como una tendencia citadina; es decir, el uso que se hace de las drogas es mediado por la ideología del consumo y esto es realmente lastimero.

federic.cj@gmail.com

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