¡Cuando se es padre siempre se tiene miedo… pero cuando se es hijo, también! (1)

Federico Cárdenas Jiménez

Cuando se es padre de familia siempre se tiene miedo. No quiero ni me atrevo tan sólo a relativizar este supuesto a sabiendas que las diferencias generacionales son abismales: hoy día el ser padre se vive y se expresa diferente al como se hacía una o dos generaciones atrás; sin embargo, el miedo es el denominador común del rol de padre y de madre, búsquesele por donde se le busque.

Lo peor de todo es que nadie está exento de una situación en la que la integridad física y psicológica de una hija o hijo esté en riesgo. Las drogas, por ejemplo, son uno de los mayores temores que tienen que vivir los padres de familia hoy día.

A diario converso con padres de familia y no hay día en que no expresen este temor. Lamentablemente he descubierto en estos diálogos que uno de cada 10 tiene un “mínimo” conocimiento sobre algunas drogas que circulan en las calles, en colegios y universidades, y en general, que “tocan” o tienen que ver con el mundo de lo juvenil; y no sólo eso, la manera en como una buena mayoría llama la atención de sus hijos sobre estos temas no es la más adecuada, a juzgar por como son evaluados por ellos mismos en estos temas.

La mirada de un padre de familia está siempre guiada por el miedo y por lo tanto cualquier acercamiento que haga con sus hijos lo hará en clave preventiva y alarmista, impartiendo ultimátums y sentenciando con castigos que -lo digo en serio- rara vez lastiman el orgullo de un muchacho y en cambio, aumentan la distancia entre unos y otros y estrechan a la vez, la posibilidad de un concejo efectivo.

Pero coincidencialmente, cuando se es muchacho, también se vive con miedo, y es un miedo que se reconoce en el modo de actuar y de pensar sobre sus propios padres; un miedo que matiza más la distancia existente. Para ilustrar este supuesto, me tomé el trabajo de indagar a un grupo de 40 jóvenes (20 mujeres y 20 hombres entre los 11 y los 14 años) respecto de sus relaciones con los padres de familia, sobre todo, en cómo -desde su punto de vista- podían ser ellos mejores padres y madres logrando así fortalecer la confianza con sus hijos, conversaciones que arrojaron unos pensamientos bastante concluyentes y que pongo en consideración de los lectores:

Las ideas que mayoritariamente expresaron estos muchachos tuvieron que ver con el tiempo que pasan sus padres con ellos; solicitan por ejemplo que les den más importancia que a las otras cosas, que estén más pendientes de ellos y de sus tareas (que les revisen los cuadernos), que no los avergüencen ante sus amigos y amigas contándoles sus cosas ni comparándolos con nadie. También se refirieron al ejemplo que les dan en términos de pensar antes de actuar: “… que expresen las ideas sin regañarnos ni gritarnos; que nos den buen ejemplo, sobre todo con el alcohol porque beben mucho en frente de nosotros; que no se expresen tan feo delante de nosotros; que no exageren cuando nos vayan a pegar”.

Finalmente, en lo que atañe a su propia estima solicitan que sean más tolerantes y comprensivos con ellos, que los valoren como lo que son y no se decepcionen, que confíen en ellos, “… que tengan expresiones como ‘Estuvo bien lo que hiciste’, ‘sigue así’, etc.”.

El preocuparse por los hijos no sirve de nada si no se someten a una evaluación permanente las actuaciones frente a ellos. En las palabras de estos muchachos se notan ausencias y saturaciones que se traducen en obstáculos cuando se quiere hablarles de cosas tan complejas como las drogas. Ser joven no es fácil y mucho menos cuando en el propio hogar no se encuentran claros los referentes de acción.

federic.cj@gmail.com

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