¡Quiero estudiar en la universidad de la marihuana!

Federico Cárdenas Jiménez

En los tiempos en que comencé a acariciar la idea de ser periodista y escritor, recuerdo que uno de mis compañeros de promoción en el bachillerato nos impactó a todos al decir que su sueño había sido siempre la lucha libre y que lo íbamos a ver algún día en televisión. Su modo de ser y su estilo giraban en torno a este estereotipo y entonces era muy cómico –sin burlarme de él, ¡ojo!- porque su idea resultaba rarísima –hasta excéntrica-, en una época además en la que la lucha libre de la que nos dábamos cuenta era la que presentaban en los canales mexicanos donde hombres “disfrazados” de cantidad de cosas, en pantaloncillos, se enfrentaban en un combate que a pesar de la rudeza y la técnica, aún lo encuentro sospechoso y, bueno, nunca con la magia y el espectáculo que conocemos hoy día en la WWE (World Wrestling Entertainment, Inc.).

Traigo aquí esta anécdota porque la semana pasada hablé con un grupo de jóvenes sobre temas varios relacionados con proyecto de vida y justamente les conté esta historia. Cada uno entonces comenzó a hablar de aquello que quería ser y de repente alguien dijo: “profe, yo quiero estudiar en una universidad de Estados Unidos que enseña todo lo relacionado con la marihuana”, yo abrí los ojos sin saber qué decir al momento en que otro de los presentes respondió: “o sea que usted quiere ser marihuanero, porque el que estudia eso sale con un diploma de marihuanero ¿o qué…?”; al ver el contrapunteo que se inició solo me limité a escuchar y en uno que otro momento metía la cucharada con una pregunta calmante y distractora buscando bajar la tensión y extraer la mayor información del muchacho.

Este joven de 14 años es un consumidor frecuente de marihuana y a pesar de haber probado varias drogas en el camino dijo no cambiar la marihuana por ninguna, pues para él es como si fuera el santo de su devoción: la tiene tatuada en un brazo, tejida en su gorra, tallada en un dije que cuelga de su oreja, es su causa más justa por la cual creer, trabajar y hasta luchar, ya que carga cartillas educativas y volantes hechos por él mismo con los que promueve el conocimiento de la planta, sus usos, sus consumos y con los que pesca incautos que terminan midiéndosele a explorar; así mismo Bryan sentó su posición frente a la familia y hasta la cultiva en su propia casa con el permiso que –según aseguró- tocó arrebatárselo a sus papás: “¡Cómo así profe, es que yo tengo derecho a fumar lo que yo quiera, o qué!”.

Pues les cuento que este personaje hablaba de algo que efectivamente existe: el Northeastern Institute of Cannabis, es una escuela ubicada en Natick, estado de Massachusetts (Estados Unidos) que en 12 niveles y por $1500 dólares de matrícula por nivel, desarrolla todo un plan curricular sobre la marihuana. El programa académico da cuenta de la planta desde su historia, sus usos médicos y mágico-religiosos, las técnicas de cultivo, el marco legal y los usos recreativos, entre otras unidades temáticas. Para iniciar este proceso, los aspirantes requieren presentar su diploma de bachillerato y al terminar, reciben una certificación de aptitud para la industria del cannabis.

La iniciativa estuvo a cargo de un activista pro consumo llamado Mickey Martin, autor del libro ‘Medical Marijuana 101’, quien en 2014, al ver la coyuntura política internacional sobre el tema, decidió lanzar esta propuesta no solo innovadora desde todo punto de vista sino práctica y funcional pues da respuesta a una demanda cada vez más creciente en los Estados Unidos.

Sin embargo, aunque esto es importante, del relato de Bryan, de su proyecto de vida, hubo algo que realmente despertó mi interés: siempre habló de dinero (“eso se vende como arroz”, decía). Bryan ni siquiera está pensando en cualificarse sino en el negocio que representa su consumo, un imaginario que como ven, se autoabastece. Esto es un ejemplo de las nuevas configuraciones del imaginario de los jóvenes, en el que las drogas son las protagonistas.

federic.cj@gmail.com

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