Notas de campo 8

Federico Cárdenas Jiménez

(Reflexiones sobre mi intervención en una de las comunas más vulnerables de la ciudad)

No he visto procesos en este sector que hayan sido pensados y liderados por personas de la comunidad. Lo que hay son relatos de desempleo, violencia intrafamiliar, situaciones de pobreza absoluta, prostitución, sicariato y delincuencia, deserción escolar, analfabetismo, todos y cada uno de ellos conectado con los demás y eso sí, permeado por las drogas.

Es decir, aquí he visto cómo las drogas dejaron de ser un problema hace rato y se convirtieron en un fenómeno que realmente tiene sus raíces en lo cultural, por eso ha sido difícil de explicar y de abordar en su integralidad y por eso tantos fracasos en las campañas y políticas preventivas y paliativas que han dejado como notorio resultado, paradójicamente, el incremento en el consumo.

Cómo explicar, por ejemplo, que familias enteras vivan de la venta de marihuana, las pepas y el bazuco; que los papás o uno de los abuelos se encarguen de lavar las bolsas de leche que botan las personas en la basura, secarlas, apilarlas y tenerlas listas para la venta de dosis de pegante a clientes que comienzan desde los seis años hasta edades avanzadas; que niños –muy niños- jóvenes y ancianos deambulen por estos barrios consumiendo deliberadamente ante los ojos de sus padres, vecinos y autoridades policivas sin que alguien diga una sola palabra; y que algunos de los que consumen atraquen a sus mismos vecinos, en frente de los demás, para luego “fumarse” el botín.

Me pregunto entonces si lo que gobierna por aquí es el silencio, por temor a un ajuste de cuentas, o la indiferencia, porque no hay nada que hacer, o la “normalidad”, porque precisamente para esta comunidad es lógico que las cosas sean de esta manera. En verdad, no sabría cómo desligar cada una de estas opciones de las demás, pero sí sé que mientras para mí no es normal lo que he visto, para ellos sí, y ante la dificultad de entender, la pregunta que hay que hacer es ¿qué es lo que debe cuestionarse en este caso, los criterios con los que el observador observa o los criterios con los que el observado simplemente vive?

Aunque no he visto procesos en este sector que hayan sido pensados y liderados por personas de la comunidad, sí he visto instituciones que abordan casos relacionados con consumo de drogas desde la prohibición, la terapia y la sanción moral, con campañas y mensajes tan descontextualizados de la realidad de estos sectores, que por eso fracasan, porque son “soluciones” importadas y no construidas en procesos comunitarios con los protagonistas de esa realidad. Las instituciones han encontrado un verdadero negocio en el paternalismo asistencial y en lo terapéutico, del mismo modo como otras personas han encontrado en las drogas una maravillosa empresa.

¿Será que el miedo institucional a hacer trabajo comunitario está en que éste no se puede medir, controlar, predecir o calcular? ¿En que no se sabe cuánto tiempo tardará la definición, en comunidad, de una ruta a seguir? ¿En que realmente lo que se necesita para este tipo de trabajo es vocación, experiencia –que debe pagarse bien- y sensatez, más que ayudas políticas? O que el verdadero temor está en darse cuenta de que lo comunitario no es algo dado, ¡sino que es algo por construir!

federic.cj@gmail.com

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