Notas de campo 11: El Padre Juan

Federico Cárdenas Jiménez

(Reflexiones sobre mi intervención en una de las comunas más vulnerables de la ciudad)

Cuando lo conocí, compartimos la orientación de una cátedra universitaria y tenía fama en aquel momento de ser un profesor exigente y malgeniado.

Dado que compartimos puntos de vista sobre el quehacer social y humanitario, fui a visitarlo a su sitio de trabajo y recorrimos uno de los sectores más vulnerables y vulnerados de la ciudad, conocido como “La Ratonera”, no sólo porque es un semillero de delincuentes, sino porque en su aspecto, este barrio realmente parece un nido de animales: queda en una ladera llena de cuevas y túneles donde se dice que esconden a personas que son secuestradas, así como armamento y drogas; es cruzado por caminos estrechos por donde sólo pueden transitar personas y animales; hay escombros y basura en sus alrededores y casas en medio de alta vegetación hechas en bahareque y que están sobrepuestas en filos en los que se siente la fuerza del viento y que me llevan a imaginar la manera como se sentirán los aguaceros que por estos días se han hecho constantes; y abajo, en la base de la ladera, el estruendoso cauce de un río donde van a quedar no sólo las basuras sino los cuerpos de quienes son víctimas de la delincuencia, incluyendo animales sacrificados en rituales clandestinos.

En este sector adoran al Padre Juan. En nuestra hora y media de recorrido, conversamos acerca de sus 10 años de trabajo en el sector, de la manera como todo este tiempo se ha sostenido de las limosnas y donaciones, aportes con los cuales ha atendido día a día a cerca de 380 personas, entre habitantes de calle, madres cabezas de hogar, niñas y niños en situación de vulnerabilidad, transexuales, prostitutas y consumidores de droga, en aspectos de aseo, comida, medicinas, acompañamiento moral, entre otros.

“Ese señor es un santo -me contó doña Carmen, una de las señoras que visitamos y que nos ofreció aguapanela- mucha gente de por aquí le gana a la muerte todos los días gracias a que el Padre Juan los ha ayudado”, agregó la señora.

Quiero decirles, amigos lectores, que he sido testigo de la manera como el Padre Juan atiende –y hasta regaña- a jóvenes consumidores de pegante, marihuana, pepas y bazuco, y a los padres de estos muchachos -que muchos también consumen-; he sido testigo de la manera como el Padre Juan recibe a personas de la tercera edad que están en condición de calle, que llegan poposiados en sus ropas, heridos muchas veces porque los han robado, a que él los bañe, les dé comida, los atienda en primeros auxilios físicos y psicológicos, los confiese y les dé la bendición; he sido testigo de la manera como este señor es respetado en la calle; he sido testigo también de cómo los políticos han querido aprovecharse de su popularidad y de cómo este hombre ha sacado de las drogas a muchos jóvenes por quienes nadie apostaba nada.

Cada vez que lo veo recuerdo la oración por la Paz que me enseñó mi madre cuando era niño y que tengo entendido, fue escrita por San Francisco de Asís: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz…” Por eso quería hablar de él hoy, porque es un ejemplo de entrega, de vocación y de frutos (no de resultados), cualidades que son muy escasas en quienes toman las decisiones relacionadas con farmacodependencia en esta ciudad.

Federic.cj@gmail.com

Comentarios