Notas de campo 16: de observador a observado Relato de mi encuentro con la droga en un entorno ritual

Federico Cárdenas Jiménez

…El indígena comenzó a preparar algo a lo que llamó murundú y me dijo: “esto es para que pilotee, ¡ojo! acuérdese que usted es el que controla la experiencia”. Fumé tal cosa. Mientras lo hacía, sacó de su mochila un tambor hermoso, pequeño, muy delgado acompañado de una vaqueta proporcionada. Comenzó a tocar sonidos secos y repetitivos que acompañaban un canto codificado y que hacía entre dientes. Pronto, el toque en el tambor se hizo más tardío, el canto monosilábico, fuerte y su mirada más envolvente. Perdí el sentido de grupo. Todo el enfoque había enmarcado una escena donde sólo aparecíamos el indígena y yo, el uno en frente del otro, iluminados como si una lámpara nos estuviera apuntando y alrededor todo oscuro, sin más personas. El tambor alteró mi conciencia. Me pareció cada sonido como si fuera una gota de agua que caía y formaba una onda que me alcanzaba, entraba por mis oídos y recorría mi cuerpo avante y sigilosamente sumergiéndome. Mi mente ya no era un mar erizado, ahora era un simple y grandioso lago en calma; mis ojos se cerraron en un acto reflejo y, ¡sentí la vida!

No sé al cuánto tiempo desperté. Sonriente pero ido me topé con la presencia de los demás en estado meditabundo y con la del indígena, como si nada hubiera sucedido, exhalando el humo de un cigarrillo. Me incorporé rápido con la sensación de haber dormido mucho y sin tener resaca ni cansancio ni sequedad en mi boca… igual que él, como si nada hubiera pasado... y sorprendentemente, sin el mínimo deseo de fumar.

Conversamos sobre lo sucedido: he escuchado muchas historias de personas que han tenido experiencias con sustancias psicoactivas y relatan situaciones extrañas, vivencias que no pueden describir, como en el caso del LSD (Trip), los hongos y el yagé. Aunque pudiera haber una explicación para cada caso (conociendo bien las historias, por supuesto) diría que en una generalidad, tienen que ver con la manera cómo el lenguaje media la experiencia, es decir, es el lenguaje el que finalmente determina el punto de vista sobre las experiencias.

Vivimos la mayor parte del tiempo en el mundo de los símbolos, del significado, de las construcciones colectivas de sentido, es decir, vamos definiendo la experiencia de vida en el mundo con la información que el mundo nos ha suministrado a través del lenguaje. A todo lo que somos nos es posible nombrarlo, pero al tener una experiencia –para el caso psicoactiva, enteógena o visionaria- en la que se viaja a través de una realidad más poderosa que la de la inteligencia, el sinsentido, aquello que es desconocido por el lenguaje, nos ubicamos inmediatamente en el mundo de lo ininteligible, que no puede verse con los ojos humanos porque no puede ser entendido o conceptualizado y que al tratar de hacerlo -y no poder- surge la extrañeza y el temor por lo que se experimenta y se juzga entonces como una vivencia atípica, malévola o dañina.

Podría decir que no se trata de entender esta experiencia con la razón pero tampoco de aislar la razón de la experiencia. Hay que mantener la serenidad, tener apertura a la vivencia, conocer su forma y lo que expresa, pero no irse con ella o detrás de ella porque no se conoce la puerta de salida y no se sabe hasta dónde nos lleve o si seremos capaces de regresar; en segundo término, confrontar las palabras, las ideas y las imágenes construidas por el lenguaje, desde “la nada”… muchos hablan de “palpar el espíritu”, “tener un encuentro con la esencia”, “sentir el equilibrio”, pero esto también hace parte de las construcciones individuales que cada quien haga de su propia experiencia.

Al regresar la persona a su estado “natural”, encuentra refugio en ese universo construido por el lenguaje, el mundo del sentido común, el mundo de los conceptos, de los símbolos, del significado. Desde allí dará sentido a esa experiencia reconociendo primero que existe un mundo por fuera del significado, un mundo que no conocemos gracias a los límites que impone nuestro lenguaje; y en segundo lugar, que ese mundo es como un espejo donde se refleja lo que somos y lo que no, justamente porque no está definido.

Recuerdo unas palabras del escritor británico Aldoux Huxley al referirse a su propia experiencia con la mescalina en la primavera de 1953 y que la describió en el libro Las Puertas de la Percepción, que fue publicado en 1954: “El hombre que regresa por la puerta ya no será nunca el mismo que salió por ella. Será más instruido y menos engreído, estará más contento y menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia más humildemente pero, al mismo tiempo, equipado para comprender la relación de las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender".

Aún es un misterio responder al por qué se queda la persona en ese mundo, por qué entra sin saber a dónde va, para qué lo hace, cómo salir de él o cuánto tiempo quedarse… cuestiones que iremos indagando en este espacio semanal.

federic.cj@gmail.com

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